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Full text of "Asesinato Del Sr Florencio Varela"

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ASESINATO 

DEL S.. Da. D. FLORENCIO VARELA 
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EN 

MONTEVIDEO. 


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I. 




El año 48 ha sido testigo de muchos desengaños y de mucha* 
desgracias en el Plata. 

Entre estas últimas, el acontecimiento del 20 de Marzo^te* 
salta sobre todas, sea por su importancia política, ó por la feaí« 
dad del crimen que contiene; Y vamos á ocuparnos de esc! 
episodio tan fúnebre dé nuestra historia contemporánea. 

Debemos esta tarea penosa, mas que á nuestros deseos, al 
país en que nacimos, pues tendría derecho de preguntar algún 
dia á los compatriotas, á los amigos del Sr. Varda: qué hicie- 
ron cuando en un país estranjero, el puñal de un asesino partió 
aquel pecho que ardía por la gloria y la libertad de su patria, 
y dobló helada aquella cabeza que no habían abatido 18 años 
de infortunios y que ofrecía desde el destierro, una de las pro* 
mesas mas bellas de la rejeneracion Arjentina. — ¡Qué hacer, 
estranjeros y proscriptos como él I Lo vimos desaparecer á 
nuestros ojos en una ola deiu sangre; lloramos sobre su ca- 
dáver; comprendimos que jfdelito que nos lo arrebataba que-* 
daría impune; y no teniendo una patria á quien. confiar su ven* 
ganza, la esperamos sol# de la justicia divina. . 

Ñila política, ni la justicia, ni la moral pública, han recibid^ 
reparación, de ese ultraje sangriento. La tierra que cubné'ef 
cadáver de la ilustre víctima, parece que cubrió tapien el 
proceso de sus asesinos, y la venganza de una causa, á quien 
acababan de arrebatar el primero de sus campeones/ 


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ASESINATO DEL SEÑOR VARELA. 

Lo único que sus amigos pueden hacer, es legar á la poste- 
ridad su juicio sobre ese acontecimiento, y con la sangre de la 
victima, salpicar la frente del asesino. 

El Sr. D. Florencio Varela, fué asesinado el 20 de Marzo. 
Fué evidentemente un asesinato político, como se vá á ver. De- 
jemos al ejecutor que se escapa de Montevideo, y entremos á 
resolver esta cuestión: ¿ quién lo mandó asesinar? Por medio 
del razonamiento buscaremos primero el mas interesado y mas 
caracterizado para ese crimen, y en seguida presentaremos 
pruebas de otro valor mas incontestable que tenemos en nues- 
tro poder. 

Las palabras del Sr. Varela habian llegado á una grado tal 
de aceptación y respeto en todos aquellos que seguían de cer- 
ca las refiecciones y las noticias del Comercio del Plata, que 
bajo el poder mismo de Ro?as, era un nuevo poder contrario 
que iba creciendo y aumentando en solidéz cada dia. 

Esto era natural. Bajo la dirección del Sr. Varela, la pren* 
sa de la Revoluccion, había realizado por la primera vez, ese 
sistema de verdad, de reposo, de decencia y de buena fé que 
taoto convenia á los intereses tan graves que se discutían en 
ella, y que ti estravío de la pasión política, ó el calor febril de 
iotelijencias jóvenes, que antes que él habian dirijido ía prensa, 
hubieron sino desconocido su necesidad, olvidádola á Ip 
nos arrebatados por el vuelo de la juventud ó de las pasiones. 

El Sr. Varela tomando la pluma de periodista á los 39 años 
de su vida, no dijo como Camilo Desmoulins: 44 Es necesario 
dejar el lápiz lento de h historia, con que yo la trazaba al lado 
del* fuego, para tomar la pluma rápida y palpitante del perio- 
dista^ seguir á toda brido, el torrente tevolucionario.” Pero 
ti dijo: quiero escribir la historia contemporánea en la* péjinaa 


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ASESINATO DEL SEÑOR TARELA. 


5 


de un periódico, y con la verdad, los hechos y la filosofía im« 
parcial de ellos» demostrar á estos pueblos su estado y las cau- 
sasde sus males, para que ellos lo mejoren extinguiéndolas. 

Y con el reposo y la enerjía de esa edad media de la vida, en 
que la esperienciay la instrucción hacen alianza con el vigor 
del espíritu, trazaba día por dia, el cuadro histórico de todas las 
cuestiones sociales, políticas y económicas de estos países, en 
que eaturalmente resaltaban sin esfuerzo, todos los vicios de la 
dictadura, y la ausencia de todos los bienes de un pueblo , per- 
didos con su libertad bnj > el imperio de aquella, Lleno de es« 
píritu, de instrucción, y de elegancia en su estilo, las cuestiones 
mas áridas, se hacían interesantes en su pluma, para unos pue- 
blos no acostumbrados al influjo de la intclijencia, y que no ha* 
bian sentido siempre por la prensa, sino una fundada descon- 
fianza de su buena fé, heridos por el punzante encono personal 
de sus palabras. — Todo esto unido al interés presente de las 
cuestiones de que se ocupaba, daba al Comercio del Plata, 
esa importancia política que debia inspirar fundados celos á 
la Dictadura, 

La especie de tolerancia que en su sistema de terror habi& 
introducido Rosas desde algún tiempo, como una necesidad 
transitoria de su Gobierno, y que debia terminar mas tarde, 
por un golpe nuevo mas alarmante y mas bárbaro que los de- 
güellos de lus años 40 y 42, servia á una cierta franquicia en la 
introducción del periódico anhelado en Buenos Ayres; yen su 
circulación cundian luego las ideas de una oposición bien sos- 
tenida y mejor fundada, — El Comercio del Plata no se ocul- 
taba. De los escritorios estranjeros pasaba á manos nacionales, 
y de éstas se precipitaba en una circulación rápida, por un pue- 
blo todo él de oposición» porque no puede haber partidos ni opi- 
niones allí donde el mal es común á todas las clases, y que des- 


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6 ASESINATO DEL SEÑOR TARELA. 

pues de un larguísimo periodo de silencio sepulcral, oía dentro 
de sí mismo una voz que le hablaba de libertad y de justiciar 
que lo esperanzaba con mejores dias; que lo ilustraba sobre su 
situación propia, sobre sus intereses mismo 8 ; que le imponía del 
verdadero estado de las cuestiones internacionales con que Ro- 
sas osaba comprometer la suerte de la República; que le seña- 
laba con uno exactitud rigorosa la marcha de los acontecimien* 
tos, sin extraviado ni alucinarlo jamás; que llorando sus desgra- 
cias y su esclavitud, le recordaba su felicidad y su gloria de 
otros tiempos; que encarando la situación presente, preparaba 
las opiniones y el espíritu público para las situaciones futuras, 
cuando la paz, la libertad y el orden, sostituyan la guerra, la es- 
clavitud y la relajación de hoy; y que "con el enojo santo del 
Apóstol” arrastrfaba esa tiranía espantosa á comparecer ante 
el terrible exámen de sus delitos. 

Animado así por este medio indirecto, el espíritu público de 
oposición en Buenos Ayres, el periódico buscado al principio 
por simple curiosidad, mas tarde por interés, era solicitado al 
cabo por entusiasmo; y era ya un honor, un acto de valor re* 
volucionario puesto en moda, el comunicar si Editor del Co- 
mercio del Plata, los hechos inauditos del sistema interior de 
Rosas. 

La importancia y el inmediato interés de la cuestión con los 
Gobiernos interventores, poniendo en una justa ansiedad á to- 
das y especialmente a la clase comercial, era otro y eficaz estí- 
mulo para procurarse el periódico político y diplomático por 
exelencia, y en donde no se hallaba nunca sino la narración 
fiel, y la apreciación desapasionada é intelijente de los negó* 
cío?. Y t si, á la llegada del Paquete de Europa á Buenos Ay- 
res, se buscaba con preferencia á todos, el número del Comer- 
cio que correspondía aldia siguiente del arribo del Paquete á 


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ASESINATO DEL SEÑOR VARELA* 


T 


Montevideo, en la seguridad de hallar en él el compendio de 
todas las noticias relativas á la cuestión del Plata, como los 
principales acontecimientos recientes de la Europa, vaciados en 
aquel periódico, de la considerable cantidad que de otros es- 
tranjeros recibía el Sr. Vareta, como también de su vastísima 
correspondencia privada. Y. una vez recorrido el último Co- 
mercio que conducía el Paquete, la opinión quedaba formada 
sobre la situación, sin que pudiera variarla ó extraviarla en los 
siguientes dias, la palabram embustera de la Gaceta de Rosas; 
tal era el crédito que habia adquirido un periódico, cuyo re- 
dactor había hecho de la verdad el primero de sus deberes. 

Hasta aquí solamente, y ya se entrevée, lo que un escritor tal 
debia ser á los ojos de un Gobernante como Rosas, y de Oribe 
cuya vida y cuyas pretensiones, están pendientes de la existen- 
cia política de aquel. 

La situación de Rosas era difícil. Una medida de terror* 
una ó dos víctimas por la lectura del Comercio, le era una co« 
sa bien fácil y que habría hecho huir todas las manos, de eso 
periódico que se convertía en sentencia de muerte al que lo 
leía, á lo menos en la pobjácion nacional, Pero tal cosa le 
echaba por tierra una especulación siniestra en que se ha es- 
merado en los últimos años, y que después de haber obtenido 
no pocos resultados de ella, acaba de darle fin en el asesinato 
de J)oña Camila O’Gorman. Hablamos de esa aparente tole- 
rancia con que ha estado invitando la emigración á volver ó su 
país; despejando así el horizonte de su poder, de una parte con* 
siderable de sus contrarios, que, regresando, pasaba por nece- 
sidad á ser un pretexto para declamar Rosas su triunfo, su je- 
nerosidad, y el nacionalismo de su cuestión con los Europeo?, 
Sueño dorado del dictador» y por cuya realidad no perdonaría 
paedio alguno. 


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8 ASESINATO DEL SEÑOR TARELA. 

Contener la introducción del Periódico le era pues dañoso. 

Seguir consintiendo la introducción de 150 á 180 ejemplares 
diarios que iban de él, era dejar que lomase cuerpo un incendio 
que lo podría devorar mas tarde; era tolerar al lado de su des* 
potismo desconfiado y en peligro siempre, el imperio seguro y 
duradero de la verdad; era en fin tolerar a] lado de su poder 
bárbaro, el poder ilustrado de la intelijencia, cundiendo de c)a~ 
se en clase, de familia en familia, á merced de un trabajóla*» 
borioso y constante del jefe hábil de (aprensa de oposición, y 
por medio de esa fuerza irresistible de las ideas, á quienes los 
tiranos no pueden degollar ni proscribir. 

Opone* 6 las publicaciones del Comerció del Plata otras 
publicaciones contrarias, era un recurso cuya ineficacia se sao* 
tía tan prácticamente que el mismo Rosas no podía deSéóOó* 
cerla. Su Gaceta insultaba^alumniaba, se sofocaba á fuerza de 
argumentar y desmentir bajo so palabra; el Comercio, tran- 
quilo y moderado, pre&entába los hechos bajo la garantía de la. 
notoriedad pública, Ó dé Í0& documentos mismos de éub enemi* 
gos. La Gaceta cansaba por la monotonía de au* perennes Ola* 
banzas; él Comerció interesaba por la éérie dé acusaciones 
siempre variadas y garantidas con que confundía á sus contra- 
rios; la Gaceta escrita por hombres sin talento y sin conviccio- 
nes, que ofrecían sú plürtia de malos redactores pbr tín puñado 
de dinero que les pagaba Su Señor; el Comercio escrito por él 
talento mas acreditado de la República, y que no recibía sino 
de sí mismo las inspiraciones de su redacción; lá Gaceta, é n fin, 
despreciada y arrojada con repugnancia de todas las ntonOS 
honestas; el Comerció, en fin, respetado y anhelado por todos, 
constituían una guerra la más desigual y desventajosa para el 
Dictador. 


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ASESINATO DEL SEÑOR VARELA. 9 

Su posición, pues, era difícil, como hemos dicho. 

Pero había otro hombre que, hasta aquí, estaba tan interesado 
como el mismo Rosas en quebrar la pluma del Redactor del 
Comercio; y éste era Oribe. Oribe de quien su poder finijdo, 
y aun su existencia real, no tienen un dia mas allá de aquel que 
fije ei fin del Gobierno de Rosas; y qué encarnado en él, siente 
como una impresión física, los golpes morales que llegan á he- 
rir el edificio de la dictadura Arjentina. 

PeTO veamos adelante todavía en cual de esos dos famosos 
criminales resalta mas el interés de deshacerse de su temible 
adversario, por cualquiera de esos medios horribles en que han 
rivalizodo siempre esos dos hijos espúreos de la raza humana, 
que, jemelos del delito, como por una providencia del Cielo 
que los juzgará juntos algún dia, se dán ellos mismos en la tier- 
ra el merecido nombre de aliados . Unica verdad que han con* 
fesado en su vida. Alianza de crímenes y de prostitución, que los 
identifica ante la justicia de Dios y de los hombres, y que ar* 
rojándolos juntos del delito á la maldición de los bueno?, no Ies 
deja entre sí, sino ese semillero de desconfianzas recíprocas, 
ésa fuente envenenada de odios mutuo», que Bjitan y roén el ai* 
ma de los aliados en el crimen. 

El influjo político del Comercio, era mas sentido en otra 
parte. Su influencia en Buenos Ayres, eficáz y real como lo 
era, por mas seguros resultados que pudiera ofrecer, ellos no 
eran ni podían ser la obra del momento. La propaganda y ia 
doctrina, ilustrando las ideas y preparando los espíritus, hácia el 
triunfo de una revolución ó de un principio, son lentas cuanto 
seguras por su naturaleza misma; son para el resultado que se 
pretende obtener, lo que la preparación de la tierra para el ár- 
bol que se desea plantar y ver fructificar en ella. Y e! Comer- 

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10 ASESINATO DEL SEÑOR VARELA. 


cío ilustrando, alentando y repartiendo fuerza de alma para re» 
conquistar la libertad, sacudiendo la tiranía que le oprime, no 
podia sin embargo conseguir en el pueblo Arjentino, un triunfo 
improvisado, porque la dictadura no e 9 allí una creación sin 
raíces, producida por una erupción revolucionaria. Desgracia- 
damente el mismo pueblo tiene mucho de complicidad con 
ella; y es necesario para que se miren bien como enemigos, 
que el pueblo se conozca y la conozca; obra, por cierto, que 
confiada á la inteüjencia, único poder del Sr. Varéis, no podia 
ser de resultados instantáneos. 


Apareciendo el Comercio por primera vez, al mismo tiempo 
en que los Gobiernos de la Inglaterra y la Francia, declaraban 
por órgano de I03 SS. Ouseley y Deffaudis, su deber de ínter* 
venir en la guerra que habia traído Rosas á la República Orien* 
tal, y dar protección á una independencia que h&bian ambos 
garantido, encontraba una cuestión de actualidad tan impor- 
tante como fecunda y nueva, 


Dotes debidos á la naturaleza, y estudios especiales en el 
distinguido escritor, lo constituían como el nías iniciado para 
tratarla. Cuestión eminentemente política, nueva y traseeden- 
tal para estos países, y que debia someterse al Derecho Públi- 
co, y tratarse en el idioma de la Diplomacia, debia dar un ¡m« 
portante lugar en ella, á quien la naturaleza habia formado pa- 
ra el Gabinete; á quien una vasta instrucción histórica y políti- 
ca, elevada a la altura de los derechos y deberes públicos de 
las naciones; y á quien una educación esmerada, afiliaba en el 
rango de cultura á que pertenecen jeneralmente los Ajenteg 
Diplomáticos, de cuya clase debían salir los Representantes 
Europeos que llegasen al Plata, papa tratar de la cuestión pre» 
«ente. 


El 00 as precipita en ella sin embargo; la estudia en su orir 



ASESINATO DEL SEÑOR VARELA* 


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jen* en sus formas y en su objeto; descubre sus ventajas y los 
obstáculos que se le opondrían* y abre su programa de princi-* 
píos sobre ella de la manera siguiente:— 

*’ Abrimos nuestra carrera, en una época enteramente nueva 
” para el Kio de la Plata. Jamás, desde los dias de la RevoHi* 
’* cion contra el sistema colonial, se ha dado* en la América 
’’ que fué española, una situación semejante á la que ocupa hoy 

* el Rio de la Plata. 

” Dos Poderes Europeos,— ¿los primeros, en la escala délas 
” Naciones, aparecen en guerra abierta con una República Amé* 
’ ricana, y prestando su apoyo á otra. Esta situación no es la 
” misma que la Francia ocupó desde 1838 hasta 1840 . Tienen 
*’ ambas el mismo orijen primitivo; — el desprecio que el Dicta* 
” dor de Buenos Ayres profesa a todo principio civilizador, á 
” toda obl gacion prometida en los tratados, á toda garantía so- 
’’ ciaL Pero, aunque ese orijen sea común, la situación presen- 
” te tiene otras causas inmediatas, otro objeto mas grande, ma* 
” trascedental* que la de 1840 * 

” Esta situacioh es la que hoy domina todo, en el Rio de la 
*’ Plata, tanto en el órden político, corhoen lo comercial; y. . ¿ 
” j triste condición la nuestra ! . . , llega hasta afectar directa- 
” mente el bienestar individual y doméstico. 

” Rosas, Oribe, los órganos y parásitos de ambos, se esfuer- 
” zan en desnaturalizar esta situación, en ocultar sus causas y 

su objeto; y en sublevar contra la intervención Europea, las 
” poblaciones sobre que extiende su vara de hierro, presentán* 

* dola como una guerra de conquista y colonización. 

Nosotros, Americanos de nacimiento y de corazón,— pero 
” que no comprendemos emre los intereses Americanos y los 


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ASESINATO DEL SEN OH VARELA» 


” Europeos, diferencias que los hagan incompatibles, y menos 
n que deban mantenerlos en lucha; — nosotros necesitamos 
” combatir aquel embuste de Rosas; defender de sus calumnias 
” á nuestros amigos políticos; justificar esta situación nueva, 
’’ mostrar su tendencia enteramente pacificadora, deciviliza- 
** cion y de progreso mercantil y económico; tranquilizar, en 
* fin, á las poblaciones del Plata, mostrándolas en la interven- 
” cion estranjera un apayo desinteresado; haciéndolas com- 
’’ prender que ín Independencia de los dos Estados, que forman 
, esta Sección de la América» no tienen guardianes mas celo* 
” sos que los enemigos del Dictador: que él es el único que pro* 
” voca la situación presente, el único que pone en riesgo la ¡n« 
” dependencia y honor de estos países, 

” Esta tarea será una de nuestras principales ocupado- 
nes. 

Después de descubrirse de ese modo, dá principio á la ejecu- 
ción de su plan, que lo continúa hasta el fin de su existencia; y 
en él se hace espectable su talento, y temible y mortal á sus 
enemigos. Recibe la intervención como un hecho; tal cual se 
presentaba, apoyada en la obligación de dos tratados, y en el 
interés de las poblaciones y del comercio ingles y francés en es- 
ta República; recoje sus declaraciones como nuevos compro- 
misos de los dos Gobiernos Europeos con la Independencia 
Oriental; determina el valor político de los actos de esa inter- 
vención, para fijar mag la relijiosidad debida á aquellos com« 
premisos; y luego de haber establecido clara y precisamente las 
bases, los medios y la posición irretrogradable de la Interven- 
cion, entra á la tarea importante de ilustrar sobre las miras de 
ella, á estas poblaciones vírjenes en semejantes cuestiones, y 
con cuya sueeptibilid^dé inesperiencia, contaban para su triun* 
¡jo los dos caudillos, sobre quienes caían únicamente la alarma 


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ASESINATO DEL SEÑOR VARELA. 


13 


y el temor de la situación nueva, que los paraba de pronto en 
la carrera de su estravío ciego de exterminio. 

j Conquista ! gritan á la vez los dos caudillos, y entablan una 
predicación acalorada y sostenida, para sublevar en favor suyo 
el espíritu nacional de estos pueblos. 

• 

“No” — les responde el Comercio; y arroja al buen sentido 
de esos pueblos los cuadros clarísimos y fieles de la conducta 
Europea, á ese respecto, desde 1838; sus hechos, sus repetidas 
declaraciones no desmentidas nunco; y últimamente, los impo- 
tentes recursos con que se presentaba en la nueva cuestión, pa- 
ra conseguir la ejecución de semejante proyecto. 

Despechado y perdido en su rabia, grita Oribe á sus compa- 
triotas, que “ los extranjeros los invaden y atentan & la inde- 
” pendencia de su país.” 

“ No ” — le responde el Comercio; los estranjeros Europeos 
vienen á impedir que un estranjero Americano realice la con- 
quista de un pais que ha invadido con un ejército poderoso, y 
que á las puertas de su Capital misma, .tremola su bandera es - 
tranjera, cubriendo con su sombra un Gobierno impuesto al 
pais por las bayonetas estranjeras , y bajo la absoluta depen- 
dencia de un Gobierno estranjero ; de un Gobierno irresponsa- 
ble ante su nación, de la violación que hace de la independen* 
cia de este Estado vecino, y que por su naturaleza misma, no 
ofrece allí donde alcanza su poder, sino la esclavitud, la relaja* 
cion y la barbarie, 

¡ Atentado contra la Soberanía Arjentina! dice enfáticamen- 
te Rosas desde Buenos Avres, y con el oro de la Nación hace 
fundir tipos en América y en Europa para que repitan esa acu- 
sación, que, según él, debía moralizar su causa» conquistando 


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14 ASESINATO DEL SEÑOR VARELA. 

el sufrajio de los demás pueblos, con que podía fundar mejor el 
alucinamiento en el suyo. 

“No* — le replica el Comercio. La Soberanía de un Esta- 
do, no dá derecho á ningún Gobierno del mundo para atentar 
á la Soberanía de otro Estado; y cuando ello se hace por e| 
abuso del poder, y esto afecta los intereses políticos ó comer* 
cíales de otros Estado?, y viola además la sojemnidad de trata» 
dos expreso?, sus Gobiernos saben entonces que, es un derecho 
suyo incuestionable y el primero de sus deberes, correr en pro- 
tección de aquel Estado, y contener con las armas la ambición 
desbordada de aquel Gobierno. Es entonces que él hacía la 
historia de esta guerra, y desnudas y palpables presentaba la 
injusticia, las pretensiones y la conveniencia personal en ella, 
que la haliian orijinado por parte de Rosas; y en un cuadro de 
verdades y de documentos, las figuras del tirano y de su vasa* 
lio, quedaban aisladas y cubiertas de sangre, á la contempla- 
ción y al ódio de estos pueblos á quienes pretendían extraviar, 
y al examen y al desprecio del mundo á quien pretendían alu- 
cinar. 

¡ Quieren que nos despedacemos en la guerra ! declamaba» 
de repente, en medio de su febril situación; 

“ No les decía el Comercio. Es, por el contrario, el de - 
acó y la conveniencia de la paz en estas rejiones, lo que mas 
motiva la intervención Europea en ellas. Y frió, desapasiona- 
do é insinuante, demostraba en Rosas la guerra, como la pri- 
mera necesidad de su sistema de Gobierno; en Oribe su impo- 
tencia para emanciparse del sistema y de la voluntad personal 
del Dictador, y su necesidad de correr y hacer andar é su p8i* 
los camines y la suerte del país y del Gobierno Arjentino bajo 
Rosas; y en la industria, el comercio y la emigración europea. 


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ASESINATO DEL SEÑOR VARELA. 


15 


la convenencia del orden, de la paz, y de las inatitacioneasa* 
naa y liberales en el Plata. 

Tomados asi por todos los caminos; perdidos en el laberinto 
en que querían perder á sus contrarios; arrojados por ellos mis» 
mos é una cuestión, en que la verdad, la opinión y la justicia 
les faltaba; amenazados por la Intervención, de una parte; re- 
ducidos, por otra, á evitar como su invención les ayudaba, la 
persecución diaria del Comercio, ellos osaban recurrir á un 
campo de refujio, donde solo su insolencia inaudita podia con- 
ducirlos. Osaban hablar de la justicia de sus Gobiernos, de la 
popularidad de que gozaban, y de la tolerancia y constitucional 
lismo de sus actos para con los nacionales y estranjeros; que- 
riendo, de este modo, desnaturalizar la cuestión con Montevi- 
deo; negar á la intervención uno de sus mas poderosos moti- 
vos, y presentar á sus contrarios como un puñado de rebeldes, 
que no merecían ni fe ni consideración. 

En presencia de este impudente jénero de defensa, en unos 
hombres que tienen al mundo entero por testigo de sus delitos, 
y que hablaban de justicia, enrojecidos con la sangre de cente- 
nares de víctimas; de protección público, allí mismo donde no 
han dejado un solo derecho ni á la Nación ni á loi hombres; y 
de legalidad, donde la fuerza y la arbitrariedad los sostienen, 
parece que algo debia perderse de la tranquilidad del espíritu 
para responderles. Pero era en esto precisamente donde el 
Sr. Varela, hacía alarde del imperio que había adquirido sobre 
sí mismo; y contento de verse en el terreno mas seguro para la 
victoria de la verdad, presentaba en algunos números de su 
periódico, alguna serie curiosa de hechos públicos y de docu- 
mentos, que fuese capáz de revelar por sí sola, la negra historia 
de la famosa Dictadura, y de la desvergozada pretensión de 
Qr ibe, 6 ser reconocido como el Presidente de esta República. 


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1 c 


ASESINATO DEL SEÑOR ¥ ABELA. 


Y con ia fuerza irresistible que ofrecen los hechos públicos 
y contemporáneos; haciendo hsblar de sus propios delitos á los 
dos hombres, á quienes tenia atados á un banquillo de acusa» 
cion perenne; presentándoles sus propias declaraciones oficiales 
sus propios periódicos, sus propias firmas; acusándolos con la 
presicion de un talento claro y lójico, y con una palabra senci- 
jla cuanto elocuente, luego de confundirlos, los arrojaba con 
desprecio á la sentencia terrible de la opinión pública, en pre- 
sencia de esos mismos representantes de la Europa, cuyas sim- 
patías querían enajenará sus contrarios, y que debían fluctuar 
entre el asombro por sus crímenes y la admiración por su im- 
pudencia. 

Comenzada esta campaña de derrotas para ios dos caudillos 
y de triunfos para el escritor, en la misión de los SS. Deffau* 
dis y Ouseley, continúa ella con el arribo del Sr. Hood, y se 
prolonga hasta los Ministros Howden y Walewski. 

Centinela abanzada en la cuestión, el Comercio era el pri- 
mero en dar la voz de alarma, cuando alguno de los famosos, 
aliados, intentaba sorprenderla ccn sus arterías y sus acostum- 
bradas falsificaciones de la verdad y de la buena f<^; y activo, 
infatigable y perspicaz, el Sr. Yarela arrebata de una palabra 
de los Gabinetes, ó de la tribuna Europea el verdadero estado 
de los negocios relativos al Plata» y presentando á ios dos Go- 
biernos en la posición en que ellos mismos habían creído de 8ti 
deber colocarse, difundía la confianza y la seguridad en el áni- 
mo de sus amigos políticos, sorprendidos mes de una vez por 
la conducta indecisa y débil de los interventores. 

. Su conocimiento práctico de la cuestión en todas sus ramifica* 
ciones, y su ilustrado estudio sobré los hombres y loa sucesos 
de estos países, comenzaban por hacerlo una entidad necesaria 


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ASESINATO DEL SEÑOR VARELA. 


11 


6 los Plenipotenciarios que arribaban, ajenos del rcmillero de 
peañas y grandes dificultades que les esperaba ; y hallando ert 
él ia historia viva que necesitaban, y una intelijencia de primer 
rango, espresada en la lengua inglesa ó francesa! con la misma 
facilidad que en la suya propia, acababan por hacerlo una par- 
te casi indispensable de ser oida en el curso ó en la resolución 
de loa sucesos. Y asilo comprendían en Europa mismo. 

" El Sr. Vatela; ” decía la Democratie Pacifique , de 22 de 
Julio de este año, “ había abrazado con amor y coraje la de- 
” fensa de Montevideo, y la causa de la libertad en las orillas 
* del Plata. Sus profundos conocimientos, su esquisita saga- 
” cidad, su animada palabra, le hacían e] buen jénio de los di- 
” plomáticos franceses é ingleses, que, de buena fé y con espí* 
,f ritu de justicia, querían conocer la influencia mortal de la po. 
” litica de Rosas y Oribe.” 

Tal posición era el martirio vivo de los dos caudillos, q#e 
acababan á su pesar por reconocer en su adversario, 1a verdade- 
ra potencia que Ies impedía terminar su conquista en este Es- 
tado, y les amenazaba al andar del tiempo, ó con desistir de su 
propósito, ó con su ruina si persistían en él. 

En el frenesí de su cólera, lanzaban contra él todo el veneno 
de sus entrañas, y á él solo hacían responsable de su situación. 
El no la había creado sin embargo, y si acaso contribuía á dar- 
le mas eficacia y garantía, no era de otro modo que recojiendo 
de sus enemigos todos los vicios de un ser político, para ilustrar 
con ellos las opiniones, ios consejos y las resoluciones de los 
dos Gobiernos Europeos. ¿ Eran su culpa el orijen, los medios 
y las tendencias de la invasión de Rosas á este Estado ? ¿ Era 
responsable de los crímenes de éste 7 ¿ Era su culpa que Ori- 
be no tuviese derecho slguno, no sólo á la presidencia, pero ni 

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18 


ASESINATO DEL 8EÑOR VARELA. 


siquiera al título de Ciudadano Oriental ? ¿Era por él que en 
el curso de la vida pública del uno como del otro de losa/sa- 
dos, no se encontrase sino la mala fé de los picaros y la alevo- 
sía de los bandidos ? ¿ Era su culpa que ellos hubieran perdí* 
do el derecho de ser creídos ni aun bajo la formalidad de los 
tratados y de las declaraciones mas solemnes, después que el 
uno pisaba dos pactos, y el otro una declaración explícita y vo- 
luntaria ante el Cuerpo Legislativo de su pais 1 ¿Y si él no ha* 
cía sino referir esto, por qué Rosas y Oribe no se culpaban á 
ellos mismo, en vez de acusar á quien no hacia mas que repe* 1 
tir sus palabras q memorar sus acciones } 

Pero en la arena de esta cuestión donde campeaba siempre 
vencedor, ¿ para quién la cabeza del Sr, Varela era mas te- 
mible ? i Para quién era mas mortal el golpe de su pluma ? 
I para Rosas ó para Oribe ? 

Si en lo que hacia relación al prestijio público que el Co- 
mercio adquiría progresivamente en la Ciudad de Buenos Ay- 
res, tenía Oribe igual interés al de Rosas en libertarse del po« 
deroso opositor de |a Dictadura Arjentina, como lo demostra- 
mos al principio; en el negocio de la Intervención, el interés de 
Oribe era superior en todo sentido al de Rosas. 

La cuestión Oriental para Rosas, comprendiendo en su triun, 
fo una estension mayor al ejercicio de su Dictadura y un pode- 
roso inconveniente menos, no implics, sin embargo, en la der- 
roto, ni ja ruina del tirano, ni la extinción de la tiranía Arjenti* 
no. La conquista Oriental no contiene el principio ni tampoco 
la base de su Gobierno. Ella es simplemente uq medio de con** 
servacion para el sistema, y un incentivo á la ambición y á la 
vanidad personal de Rosas. Pero el sistema y el hombre, que 
pudieron existir y ser fuertes antes eje la guerra, pueden pon» 


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ASESINATO BEL SEÑOR VARELA* 


19 


servarse y ser del mismo modo fuertes sin realizar la conquista* 
Su tenacidad en ella no se esplica por una necesidad vital de su 
Gobierno, sino por un cálculo de conveniencia política, y por 
un sentimiento de amor propio. 

. Sosteniendo y prolongando la guerra en el territorio ene- 
migo, Rosas le agota su sangre, su prosperidad y sus recursos] 
entretiene el ánimo de su pueblo en la espectacion de la contien- 
da; halla en eirá un pretexto para no responder á las exijencias 
implícitas de la situación de aquel, y se coloca en camino de con* 
seguir al fin, por la ruina de sus enemigos, una nueva provincia 
Argentina, que, bajo el nombre de República independiente, se 
doblegue tan esclava de su voluntad, como cualquiera de la* 
que hoy oprime en su Estado, colocando en ella un Gobierno 
de forma, en la persona de su vasallo Oribe. 

Pero, en política, una conveniencia no es siempre una nece* 
sidad; y arrojado del teatro de la guerra actual, y arrebatada* 
á su Gobierno todas las ventajas que se propuso en ella, nada 
mas fácil que concebir en Rosas todavía, recursos y poder so* 
brados para conservarse en su país, bajo el mismo carácter que 
hasta aquí, y divisar nuevos puntos en el Continente, donde po* 
der llevar él la prosecución de su sistema de guerra. 

Solivia, el Brasil, el Paraguay, el mismo Chile, podrían ser- 
vir a reemplazar el teatro de que se le arrojaba* y que tan ve- 
cino, aun después del triunfo, él lo habría dejado impotente por 
mucho tiempo, para emprender la debida reparación de sus 
perjuicios. Y así, como la conveniencia de la guerra y las 
ventajas futuras que desde el principio se prometió con su triun- 
fo, han servido para que persevere, sin que un mal suceso, bÍ 
final de ella, pudiera amenazarlo con su total ruina, su amor 
propio torpe, pero capé2 de alucinar su intelijencia inculta y su 


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20 ASESINATO DEL SEÑOR TARELA. 

corazón rencoroso, lo llevaba también á prolongarla, viendo 
por contrarios de ella, loa Gobiernos de las primeras Naciones 
de la Europa, y á quienes podia provocar sin temor, atendien— 
do las armas, con que ae presentaban en la cuestión. 

Resistir á la Intervención de la Integlaterra y de la Francia; 
llamar la atención de la América y de la Europa por el corsje 
de su resistencia; poder cansarlas en un negocio tratado 6 dos 
mil leguas, por los medios en este caso insuficientes de la dipfr'« 
macis, y quedar con el derecho de poder decir que las había 
“ vencido ” en la contienda, era una esperanza mas que alha- 
güeña para un hombre, en quien la equidad, la moral y la justi- 
cia, no han entrado jamás en su Gobierno, ni en sus prineipios. 

En proseguir la guerra 6 despecho de la oposición diplo- 
mática de la Intervención y de un bloqueo ineficaz casi siem- 
pre, él llevaba todo á ganar y nada , ó muy poco, á perder, ; 

Rodando el tiempo, mil causas podrían propender 6 la ce- 
sación de la injerencia Europea en el Plata, establecida por 
dos Gobiernos, que el uno entraba en la cuestión arrastrado 
por el imperio de sus deberes, pero no por la vocación de 
sus principios , y el otro por concurrir á un teatro nuevo en 
que no le convenía dejar obrar solo 6 *u rival eterno.— Y una 
vez esa cesación consumada , la victoria era completa para 
Rosas, 

La política del Gabinete francés, le era perfectamente co- 
nocida ; no temía que el sistema de las transaciones y de la 
paz á todo precio, viniera á quebrarse en la pequeña cuestión 
del Plata. Y por parte del Gobierno Ingles, estaba bien Infor- 
mado de su objeto principal en la cuestión, para desconfiar de 
un golpe de mano, que precisamente ese Gobierno era el ipa« 


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ASESINATO DEL SEÑOR TARELA. 


31 

interesado en evitar, en un negocio cuyos resultados prove- 
chosos serian reportados inas directamente por la Francia que 
por la Gran Bretaha, 

Pero aun en el caso que fallasen eptas justas apreciacio- 
nes de su situación, Kosas comprendía que, siempre se halla- 
ría á tiempo de un arreglo, que sesgase una resolución peli- 
grosa en los interventores. Y que este arreglo , aun conce- 
diendo en él á la Intervención el máximun de sus exijencias , 
nunca podría contener para Rosas otro perjuicio que el del re- 
tiro de su Ejército del Estado Oriental ; suceso que si le arre- 
bataba sus esperanzas futuras , ni destruía ni conmovía su 
Gobierno en sus base* 

Bajo este sentido» el Sr. Varela era para Ropps, lo que la 
Intervención misma : lo contenia en su conquista ; podía al fin 
hacerlo renunciar á elle, pero no llegaba hasta el corazón de 
su Gobierno, como sucedía con su propaganda en Buenos-Ay- 
res. 

Oribe estaba en otro caso. 

La euestion Oriental» es el juego de vida ó muerte para 
Oribe. 

Detenerlo en la marcha de ella hácia su triunfo, era po- 
nerlo en la terrible incertidumbre del porvenir; y trabajar en 
sentido de arrojar del país el ejército invasor, era trabajar en 
su total ruina como hombre público, y aun en. la pérdida de 
su vida, arrojado que fuese á la rábia de un partido vencido, 
que, como sucede siempre, descargaría sobre su caudillo la 
responsabilidad de sus desgracias. 

Esclavo ó libre, independiente ó no , llegar á la República 


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22 


A? E HIJATO DEL SEÑOR TARELA. 


Oriental ; atravesar por ella como un torrente de sangre ; lle- 
gar hasta la Capital , vengarse de sos enemigos, y ser en ella 
proclamado para esa presidencia, qoe trastornándole el juicio , 
le hizo ¡inajinar y declarar qoe estaba en ella, ano en oo país 
extranjero y á servicio y sueldo de otro Gobierno, era para 
Oribe una esperanza de muchos años, para que la presencia 
de la Intervención que lo contenia de repente, no fuese un ob- 
jeto de despecho y de odio. 

- Espantado de este inconveniente, que debió prevér sin em> 
bargo, encuentra que ese inconveniente era mayor, desde que 
tenia á su lado quien destruyese sus únicos récursoede salva- 
cion, que hacia consistir en las inculpaciones calumniosas que 
dirijía á las miras de la Intervención ; quien presentase la 
cuestión, los hombres y los sucesos en la mas simple expresión 
de la verdad, y despojase al falsificador insigne, de todo el ro- 
paje de la legalidad con que osaba presentarse ante la cues- 
tión; quien mostrase al criminal famoso, allí donde quería 
aparecer el restaurador de la paz y la justicia ; quien señalase 
a) loco testarudo, allí donde se esmeraba en mostrarse el 
presidente de la República. 

Temblando siempre del progreso de la cuestión por parte de 
los interventores, el Comedcio era la brasa que su mano debia 
tocar cada dis,como el cilicio de sus delito?, para devorar en 
él las noticias de Europa, ó los acontecimientos de aquí mismo, 
Y condenado á estar leyendo en él, dia por día, la sentencia de 
su ruina, mas cercana ó remota, pero cierta, fija, terrible, en el 
andar de los acontecimientos; viéndose confundido en él, ora 
puesto á la vergüenza pública por sos delitos; ora perseguido 
por sus propias inconsecuencias é imposturas; unas veces ar* 
rejado si sarcasmo de sus propios amigos, por la estravagancia 
de sus pretensiones, ó por la torpeza de sus medidas y siempre 


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ASESINATO DEL SEÑOR TARELA. 


23 


eo fin, condenado á leér su propia suerte en las palabras de su 
enemigo, debía sentir algo mas que un ódio de partido, un hom* 
bre que á los 14 años de su vida, tuvo bastante firme su mano 
para disparar un tiro sobre la espalda de un anciano, y que á 
los 50 hacía buscar el cadáver de un enemigo político, para que 
le cortasen y trajesen la cabeza, según sus palabras, bajo su 
propia firma, en los Diarios de su partido mismo ! 

Concebir la retirada del Ejército Arjentino, sin la ruina de 
Oribe en este pais, solo puede ser la obra de quien no conozca 
ta historia y los hombres de esta guerra; y al considerar Oribe 
lo que la Intervención importaba, veía su suerte, su vida mis- 
ma, pendiente del resultado de ella, Pero la Intervención era 
defendida del engsño,del extravío á que pudieran conducirla, las 
falsificaciones de él y de Rosas, por tm hombre solo , que tenia en 
su palabra una potencia tan temible como la Intervención mis- 
ma; y un hombre que llevaba el nombre de Farela, odiado y 
perseguido desde muchos años por Oribe, en todos los que te 
nian el honor de traerlo. 

Su interés en despojarse de este enemigo, estaba, pues, para 
él, en relación con la importancia misma de la Intervención; y 
la existencia del Sr. Varela, venía á estar ante sus ojos al mis- 
mo paralelo de la existencia de la cuestión; pero á la cuestión 
no se podía asesinar, y esta era la única condición que inferiort- 
saba a) escritor con relación á la Intervención; — él era puña* 
leable; la Intervención no lo era. 

Si llegado ¿ este punto de nuestra narración, la ofreciésemos 
á un juicio imparcial y recto, diciéndole de improviso: — el escri- 
tor de que hablamos fué alevosamente asesinado; meditad so- 
bre estos antecedentes, y decidnos después, á quién haremos 
responsable de ese crimen ; ¿ quién habría que no nos señalase 


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24 


ASESINATO DEL SEÑOR VARELA. 

un culpable? ¿ De qué conciértela no surtivía un nombre ? ¿Qué 
espíritu no fallaría entre sí mismo ? En que parte del mundo 
no se diría como en Francia: “ Enemigo político harto peligro* 
99 so (el Sr. Varela) hacía mucho tiempo que estaba botado á 
” su muerte pár Rosas y . Oribe; pero á Oribe sobre lodo, le im» 
99 portaba que el Sr. Varela, no se comunicara con el nuevo 
enviado que debía llegar ” (Mr. Gros). * En donde no se re- 
petiría como en .Chile: “ Todo el mundo considera la muerte 
del Sr. Varela como un asesinato político; ni puede dársele 
91 otro carácter atendidas las circunstancias con que ha suce- 
dido. ** 

Pero prosigamos. Queremos formar la conciencia de los de* 
más, no por el convencimiento de la nuestra, sino por el que 
elfos mismos deberán formarse al fin de este trabajo. Hemos 
dicho que, con la sangre de la víetima, salpicaremos la frente 
del asesino, y A9Í ha de ser. 

Él Comercio del Plata se presentaba en la palestra con 
dos armas; la una era templada eo la historia, en la política y 
en la justicia, y esta era destinada para lidiar con Rosas. — La 
otra, aguzada en el desprecio, en el ridículo, en el sarcasmo, y 
era elejida para hincar á Oribe. 

Rosás representando ün sistema, sosteniendo una idea; ál' 
frente de un verdadero poder suyo; y jugando en la suerte de 
SU persona él destino de su patria, era un objeto de trabajo* 
graves y meditados para el escritor. 

Oribe no representando nada ni sosteniendo cosa alguna que 
le sea propia; sin poder, y sin capacidad para conquistarlo e» 

* Democratie Pacifique* 

** El Comercio de Valparaíso. 


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ÁSEUNATÓ DE! SEÑOR VARELA. 25 

lo futuro; Osclavo de Rosa?, y empeñado en que lo consideren 
como su aliado político; subalterno de un Gobierno estranjero^ 
V afanado en que lo consideren como Jefe Supremo de un pue- 
blo que lo arrojó de sí y que lo recibe á balazos á su vuelta; in- 
vasor en su patria con un ejército ajeno, y tenáz en decla- 
mar su patriotismo; no obrando sino para cometer nulidades ó 
rástrense; no hablando sino para tener el don de comprometer- 
se mas en su ruina; no habiendo desempeñado otro papel espec- 
table en esta guerra, que el de un ejecutor sangriento del Dic^ 
tador, no podía presentarse al Sr. Vareta, sino como, un objeto 
inspirador de repugnancia y de desprecio, por la sangre de 
que estaba cubierto; y de ironía y risa, por la pretensión mono- 
maniáca de que estaba poseído. 

Y cuando al pié de algún árbol del Kliguelete, cobijado en 
su poncho, ó en mangas de camisa, acababa de poner su pom- 
posa firma de Presidente legal , en algún negocio en que séf 
veía obligado á dirijirse á los Ministros interventores, y espera* 
ba con orgullo ver en el Comercio del siguiente día, juntó con 
su nota, todo el enojo grave de Cicerón contra Catilina, encon- 
traba que el Comercio no había podido enojarse, y lo llamaba: 
“ El loco del Cerrito” con la gravedad de Fígaro. 

Las condiciones morales de los hombres, están siempre en 
armonía ó en relación unas con otros, y del mismo modo que 
el cor ozon del hombre es mas propenso á tas pasiones del ódio 
ó la venganza, á medida que el carácter es mas agreste, é in- 
cultivado por la educación, se observa que la suceptibilidad y 
H irritación, son mas frecuentes en los hombres, cuyo espíritu 
es naturalmente menguado, y en cuya intelijeneia predomina la 
ignorancia; agregando además el celo afanoso de los hombres, 
por ostentar una pósicion adquirida en la sociedad, cuanto mas 
tienen la conciencia de que no la merecen, se comprenderá fá* 

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26 


ASESINATO DEL SEÑOR VARELA. 


eilmente lo que debería ser para Oribe el arma con que le mar» 
caba la frente su contrario. 

Oribe necio, suceptible y vano, habría dado uno de aua años 
por un día de aquella seriedad con que el CosfeRcio enea* 
raba la cuestión con Rosas; pero el Sr. Vareta estaba colocado 
demasiado alto para descender á semejante humillación; y á 
Oribe no le quedaba ni el consuelo de merecer en pos de su 
ruina, el respeto y la consideración por los vencidos, sino que 
preveía I j burla y el desprecio para su nombre, hecho el gro- 
tesco del crinen, del vicio y de U irrisión, en las columnas de 
un periódico, imperecedero en estos países, sea considerado 
como la historia de nuestro tiempo, sea como la piedra funda* 
mental de la prensa moderada en el Plata. 

Así entre e) delirio de sus pasiones salvajes, debía surjir la 
idea envenenada de un crimen, que despejase del fmtasma 
perenne de su vida, el camino ensangrentado porque transita. 
Esto era natural, Estudíese la vida entera de Oribe; su posi- 
ción en esta cuestan, y todo cuanto acabamos de decir, y se 
verá si esa deducción está ó nó garantida por la naturaleza y 
por 1 as condiciones peculiares de Oribe, y de las circunstancias 
que lo rodean. 

Por sus condiciones, decimos, y ahí está su vida entera pira 
responder de esa verdad; porque en toda ella hay qna historia 
de ciímenes que solo puede esplícarse por la organización de 
Oribe. Rosas mata por sistema; Oribe mata pqr instinto. En 
Rosas? el crimen es un cálculo. En Oribe el crimen es una pro- 
pensión de su temperamento; y con sus propias manos ha ase- 
sinado muchas veces. Y ese instinto á la sangre que mas lo ir- 
rita en un día de combate, es lo que ha hecho darle el nom- 
bre de valiente, por los que equivocante) valor, 


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ASESINATO DEL 8EÑOR VARELA. 


2 1 

Pero hay mucho mas todavía. Oribo profesa un óJio anti* 
guo y profundo á la familia de los Varela?. Durante el t¡emp 0 
de su Presidencia la persigue tres veces. En 1836 sufrió sil 
persecución el distinguido poéta D. Juan C. Vareta. En 1838 
se encarniza mas contra tilo*; y hé aquí el apunte sencillo de 
ese suceso, escrito por el Sr. Vareta en su cartera de recuer- 
dos que hallamos publicado en el Auto biografía que de él 
escribió uno de sus amigos illas competentes para hacerlo. 

€i El 28 de Abril de 1838, á las cinco y cuarto de la tarde 
” un Comisario de Policía me prendió en la puerta de mi casa 
” en la Capital de Montevido, y me llevó á la Cárcel publica 
** por orden verbal de D. Manuel Oribe* Presidente de la Re* 
” pública Oriental; me pusieron incomunicado én un calabozo?, 
” y á las diéz de la noche me llevaron á la Isla de Ratap, junto 
” con mi hermano Juan Cruz* que fué presó momentos antes 
* quejó. Allí estuvimos hasta el 28 en que se nos puso en Ii- 
” bertad. Nuestra prisión fué injusta, inmerecida: ninguna ra» 
” zon se dió para ella ni para hacerla cesar.’* 

” El 3. de Octubre de 1838 á las (res de la tarde, fueron pre- 
>’ sos todos mis hermanos y cuñados existentes en Montevideo, 
*’ por orden de D. Manuel Oribe: instruido yo, que me hallaba 
” fuera de caso, me refujié en la del Sr. Cónsul inglés D. Tomas 
” Samuel Hood, mi antiguo cliente y amigo, donde estuve has- 
” ta la mañana del 5, en que con todos mis hermanos, y otros 

presos, nos trasladamos al bergantín ingles w Sparrovt hawk,» 
” con permiso del Gobierne; y del buque posamos á una Quinta 
” en el Paso del Molino en el Miguelete. * Allí llevamos núes- 
’ tra familia toda que iué indignamente rejistrada y ofendida 

* En la época i que se refiere el Sr. Varéis, ese punto estaba ocu- 
pado por las fuerzas <fcl Jqpera 1 Rivera. 


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98 ASESINATO DEIi 8EÑ0R VARELA? 

■' por los satélites de Oribe, especialmente por su hermano D. 
” Francisco. Concluida la guerra por $1 triunfo del Jeneral 
w Rivera, y por la paz á que forzó á Oribe, firmada en la Cha* 
” era de Juanicó en el Miguelete el 22 de Octubre, entramos 
” de nuevo en Montevideo el 26.” 

Estas persecuciones, en parte ordenadas por Rosas, y en par- 
te ejecutadas por Oribe, no tenían otra causa que las opiniones 
políticas de los SS. Yarelas en la cuestión Arjentina con Ro- 
sas, á quien ya Oribe pertenecía por afinidad de corazón y por 
la protección que recibía del Dictador, 

Obligado por la opinión pública á hacer renuncia de un pues- 
to áque una traición lo habia conducido, y en que habia viola- 
do hasta el escándalo ía Constitución del Estado; y refujiado 
que fué bajo el amparo de! Dictador de Buenos Ayres, su en- 
cono hacia aquellos que, según él, directa ó indirectamente 
Rabian cooperado á su descenso del mando, debía pasar los lí- 
mites de lo natqral en un temperamento como el suyo. Y to- 
dos los objetos de sus injustas persecuciones anteriores, debían 
aparecer á su memoria como objetos dignos de otro jénero de 
castigo en lo futuro; porque los hombres como Oribe no se ar- 
repienten de lo que han hecho, sino de lo que han dejado de 
hacer. 

La ocasión era lo único que debia esperar, porque la causa 
y la sentencia de ellos las tenia en sU corazón. Esa ocasión 
le llegó por desgracia. 

Ella se presentó de este modo: 

Al salir de la Provincia de Buenos Avres el Ejército Liber* 
tador en Setiembre de 1840, el Jeneral Lavalle quiso tomar la 
Ciudad de Santa Fé, defendida por el Jdneral Garzón; y cerca 


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ASESINATO DEL BEÑOS VARELA. 


89 

de elle, e! 28 de ese mes, dá orden el Jeneral iriarte de mar» 
ehar con una división y atacar y tomar la Ciudad. £1 Jeneral 
Errarte marcha á dar cumplimiento á la orden recibida, y al ai- 
guiante dia ataca y toma la Ciudad, después de una resistencia 
empeñada. El Jeneral Garzón es hecho prisionero allí mismo 
con la guarnición de la plaza. Conducido al Ejército, que se- 
guía sus marchas hécia Córdova, él y sus oficiales aod tratados 
por el Jeneral Lavalle con mas consideraciones que aquellas á 
que podían, con justicia, aspirar en tal posición y bajo las cir- 
cunstancias especiales de la guerra; pues el General Lavalle 
dispuso que siguiesen en libertad las marchas del Ejército, pu- 
diendo á su alvedrío pasar de una á otra de las Divisiones de 
éste, según su buen placer ó su comodidadj v esto cuando los 
enemigos venían picando su 'retaguardia, y cuando el Jeneral 
Garzón era el primer Jefe de infantería de ellos. 

El 28 de Noviembre se empeña una batalla entre los dos 
Ejércitos; y Oribe, que en esa Campaña tenia el honor de 
mandar soldados Arjentinos, tiene la suerte de quedar dueño 
del campo de batalla. 

El Ejército Libertador después de una marcha larga y pe- 
nosa en que acababa de sufrir por cuatro dias los rigores del 
hambre y de la sed en un desierto, y ya sin medios de movili- 
dad sobre todo, recibió con mayor impresión un contraste que 
en ninguna otra circunstancia se le habría presentado como 
una derrota de consecuencias. De esta manera, el Ejército 
no sale del campo de batalla en el orden que debía guardar 
para restablecerse bien luego. 

El General Garzón se presenta entonces al General Iriarte 
y le dice : — " General, he visto la batalla y sus resultados ; he 
?’ podido abusar de la libertad que gozo en el Ejército y llegar 



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ASESINATO DEL SEÑOR VARELA. 


SO 

” hasta mis amigos que se hallan tan cerca de nosotros, pero 
”he recordado el tratamiento que he recibido de Ustedes y 
99 estoi aquí para seguir el dettino del Ejército.” El Jeneral 
Iriarte se aprocsima con el prisionero al Jeneral Lavalle, que* 
marchaba á pocos pasos de él, y le repite las palabras que ve* 
nia de escuchan Aquel se dirije entonces al Jeneral Garzón 
y lo d!ce : “ Jeneral, está Ud. en libertad ; puede Ud. reunirse 
” á s m compañeros.” El Jeneral Garzón estrecha la mano 
de sus jenerosos enemigos y se despide de ellos* En ese mo- 
mento el Jeneral L&valle, concibe los peligros que podría cor- 
rer Garzón el atravesar por un Ejército en derrota, cuyos 
soldados podrían creer que el prisionero fugaba, ó cometer con 
él alguna venganza torpe, y dirijiéndose á uno de los Oficiales 
que se hallaban en aquel instante mas inmediatos á su perso- 
na, le da la orden de conducir al Jeneral Garzón hasta de- 
jarlo en seguridad en el Ejército enemigo, que venía casi con- 
fundido con el Libertador. Ese Oficial era D. Rufino Varéis, 
de 25 año». 

Este joven Abogado, se había lanzado á esa cruzada de li- 
bertad y de honor, de que hizo parte lo mas culto y noble de 
la juventud Arjentina, cuando por primera vez se tocó la alar- 
ma para batir la dictadura } y que dejando las Universidades 
ó los placeres de su edad, fué á morir sobre los campos dé 
batalla, ó á soportar el infortunio aanto' de la emigración i 

El Oficial D. Rufino Várele, obedece en silencio la órden 
de su Jeneral» y conduce é Garzón y á sus Oficiales puestos en 
libertad junto con él, hasta las filas enemigas. Una vez en 
ellas, el Jeneral Gaizon y sus Oficiales, sedirijenen busca del 
Jeneral en Jefe, y el Oficial Libertador dó los primeros pasos 
para reunirse al suyo. Ya los soldados enemigos estaban 
terpuesto», por que toda esto se efectuaba durante la derrota' 


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ASESINATO DEL SEÑOR TARELA* 


31 


y la persecución. — Vareta es acometido por ellos, hecho pri- 
sionero, y llevado hasta l.i presencia de Oribe, con quien en 
ese momento conversaba el Jeneral Garzón, y que todo hace 
suponer le estaría refiriendo las circunstancias de su libertad. 
Oribe al recibir al prisionero pregunta su nombre ; se lo di* 
cen, y furioso entonces llena de insultos al desgraciado joven 
que venía de cumplir una comisión que lp hacía doblemente 
sagrado, y lo manda asesinar en el acto y á sus ojos. 

« 

Un hecho así no tiene clasificación en la jénealojía de los 
crímenes ; él es la violación mas acabada de la justicia, de la 
moral y del honor, y también de las leyes mismas de lt na- 
turaleza; pues si hay algo que pueda ser ajeno ¿ un corazón 
que abrigue la jenerosidad humana, en los momentos en que lo 
embrisga de placer un triunfo, y un triunfo militar, será la re*, 
cordacion de antiguos odios y h esplosion de una venganza 
personal. 

En cuanto á la verdad del hecho, bajo todas las circunstan- 
cías con que acabamos de referirlo, tenemos para que respon- 
dan por ella, a todo el Ejército que mandaba Qribe, y á los 
prisioneros que en aquel momento se hallaban presentes; y si 
aun esto no es bastante, tenemos entonces 8 «años de silencio 
que han guardodo sobre el crimen Oribe y sus defensores* 
apesar de que sus enemigos lo han publicado un centenar de 
veces. 

Pero todavía mas. Todavía otra circunstancia que importa 
mucho no olvids^ 

El Sr, Vareta era porteño , como vulgarmente llaman á los 
Arjentinos en este país; y sí hay en él alguna antipatía nacional 
hácia ellos, Oribe solo tiene mayor cantidad de ella que la que 
puede encontrarse en todo el país. 


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ASESINATO DEL 8EÑOR VARELA. 


32 

Envidioso y vulgar, jamás ha comprendido que la supeciori- 
dad relativa de un Estado ó de un hombre, no deba ¡aspirar 
odio, sino el noble deseo de sobrepasarla si es posible, y no ha 
entendido nunca que ó los porteños, ó é un porten*, se le pue- 
da deber otra cosa que enojo y odio. 

Es verdad que llegado el caso, él corre entre elfo* ámendi* 
gar un apoyo. 

./ 

Esa célebre parte del drama de su vida, que comienza des- 
de su salida de Montevideo en 1838 y continúa hasta hoy, aca* 
bó de ahondar en él su rencor torpe á los Arjentinos, 

Esperanzado de reconquistar todo cuanto acababa de arreba- 
tarle la popularidad del Jenerat Rivera, se arrastrábante un Go- 
bierno porteño y le pide su auxilio para lograr sus miras; como 
si Buenos Ayres pudiera tener nunca un Gobierno tan tonto r 
que diese los soldados y el dinero de la nscion, para que un 
mendigo de poder fuese á restaurar un empleo en otra parte. 

Del Gobierno porteño recibe sin embargo cuanto pedia yes- 
eesivamente mas; y sin comprender — ó comprendiéndolo y ha- 
ciendo traición á su patria — que aquel Gobierno tenia una mi- 
ra porteña en lo que bacís, dobfo su cuello para que el Gober- 
nador porteño, le ponga la coyunda porteña de que no ha po- 
dido desprenderse después, y de que no se deshará sino con la 
muerte de su Señor ó de él. 

El porteño comienza por hacerle pagar de anticipado* y ca- 
ro, el aparente servicio con que se alucinaba Oribe: lo manda á 
degollar unas cuantas provincias de la República, y á acabar 
una guerra en que se estaba jugando, muy lejos desgraciada- 
mente, la suerte del tirano y de la tiranía. 


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ASESINATO DEL SEÑOR VARELA. 


33 

AI frente de un ejército de porteños, pero mas inepto que el 
último de sus Alférez, fué á reproducir en las Provincias Ar* 
¿entinas, al célebre Carrier sobre la infortunada Nantes. Pero 
si Oribe hubiese leído la historia de la Revolución Francesa, 
vería que no hemos sido felices en la exactitud de esta com- 
paración; pues si el representante de la Comisión de Salud Pú- 
blica obstruía un rio con cadáveres humano?, obraba en el ex- 
travío del fanatismo político, por una causa propia, y creyendo 
quizá, que lo que hacía, afianzaba el triunfo de la República. 
Cn tanto qúe él, Oribe, degollando, robando y proscribiendo 
poblaciones enteras, no estaba fanatizado, ni hacia otra cosa 
que obrar en sentido de los intereses de un sistema y de una 
causa que no le pertenecían, y á las órdenes y al sueldo de un 
Gobierno estranjero. Pero él degollaba porteños. 

Y esto es á fé lo que por sí solo bastaría para hacernos irre- 
conciliables enemigos de Rosas: el haber, á costa de la sangre 
de nuéstros compatriotas, satisfecho en el bárbaro corazón de 
Oribe, un odio que no es político, ni de partido, ni brotado del 
extravío de alguna pasión, sino que es uu ódio á la nación, vie* 
jo, frió y profundo en él. 

Vamos ahora aproximándonos al día fatal, y abrazemos an- 
tes en pocos renglones la situación política que le procedía» 

Concluida la negociación Howden Walewski, todo conspira- 
ba á hacer creer, que una inmediata solución, cualquiera que 
fuese, se seguiría á ella en la cuestión del Plata. — En el esta- 
do del negocio, cualquiera resolución posterior ofrecía tener e| 
carácter de definitiva. 

Aliviado del peso de la Inglaterra por el proceder de Lord 
Hovfden,y si ese proceder recibía la aprobación del Gobierno 

5 


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34 


ASESINATO DEL SEÑOR VARELA. 


Jngler, y la Inglaterra se retiraba totalmente de la Intervención, 
el triunfo de Rosas, y con él, el de Oribe, no quedaba depen « 
diente sjno de la Intervención de la Francia, cuyo Gobierno es- 
taba constantemente dominado por el deseo de darle fin» siem- 
pre que pudiese obtener cualquiera consecion aparentemente 
análoga á sus pretensiones, aun cuando en el fondo del arreglo 
se hiciese el sacrificio de ellas, 

En este estado, Oribe, por medio de Lord Howden en el Ja- 
neiro, hace llegar á Europa la proposición de que se dirijiesen 
á él, en vez de á Rosas, para dar una resolución final á la cues- 
tión; y sabe desde Diciembre, como lo supimos todos, que una 
nueva misión diplomática debía llegar al Plata, y separando á 
Rosas de la negociación, establecerla directamente con Oribe 
y el Gobierno de Montevideo, 

De esta misión esperaba él su salud ó su muerte, porque sa- 
bia que una vez frustrada que fuese, la concesión que se le ha- 
cia ep tratar con él, no podría reproducirse; y que los dos Go- 
biernos Europeos, por mas que se hallasen animados del deseo 
de una transacion, tendrían al fin que perder toda esperanza de 
ella y acudir si empleo de medios mas eficaces y prontos, ó 
cuando menos prolongar la situación actual, con la que Oribe 
tendría que remitirá muy lejos la esperanza de su triunfo. 

Todos sabian que los Ministros arribarían en Febrero ó 
Marzo, 

El Sr. Várela, debía representar en esta nueva situación e| 
mismo papel que en las anteriores; con la diferencia que en es- 
ta el compromiso de Oribe iba á ser mayor, desde que él solo 
osaba hacerse responsable de los resultados de un negocio, cu- 
ya iniciativa no le pertenecía ni le había pertenecido nunca, 


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asesinato del señor varrla. 


S5 

Oribe que, mejor que nadie, conocía la ilegalidad del procer 
dimiento á que se iba á sujetar la cuestión, temblaba de que la 
mano poderosa del Sr. Yarela, lo arrastrase hasta el fango del 
verdadero lugar donde debe esperar el resultado de ests guer- 
ra, Temblaba de la influencia de la verdad, y del poder de los 
hechos presentados en las elocuentes columnas del Comercio* 
que una vez en la lucha, no podia sino triunfar en el ánimo de 
los Plenipotenciarios, en la presunción racional de que, cuales- 
quiera que fuesen sus instrucciones, no querrían ellos compli- 
ciarse eti el deshonor de süs Gobiernos y en los perjuicios dé 
su s compatriotas. 

Así era la cuestión en los meses de Enero y Febrero, en que 
nunca la situación había sido mas insegura y critica desde el co* 
menzamiento de la lucha. 

Rosas en esta parte figura como el menos interesado dé to<* , 
dos, pues su resolución ya estaba formada. Fuese el que fuese 
el proceder diplomático de la nueva misión; y esta ó la otra 
proposición que se hiciese á Oribe, ventajosa ó nó, con honor ó 
sin él para el Jefe sitiador, Rosas beüj erante perfecto en esta 
guerra y único dueño del poder y de las resoluciones, anularía; 
como lo hizo mas tarde, cuanto se hubiese iniciado ó pactado 
sin su consetimiento; y no le importaba en este caso el talento 
del Sr. Vareta, porque nada le importaba «N resultado del ne- 
gocio. 

El ánimo público estaba éntre-tanto en una ansiedad com- 
pleta; y el espíritu de Oribe debia estar pasando por todas las 
agonías de su incertidumbre terrible. 

Un fenómeno tan orijinal como repetido se hace sentir siem« 
pre la víspera de las revoluciones ó de los graves aconteci- 
mientos políticos, en que la sangre húmame ha de teñir la tier- 


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ASESINATO DEL 9BN0R VARELA* 


86 

re: parece que entonces hay en los espíritus una facultad de 
adivinación: qu? un jénio misterioso y secreto, viene á hablar 
á los hombres en el fondo de su concienciar y á revelarles que 
se prepara un gran mal, sin explicarles ni su tiempo ni sus me» 
dios, pero siempre clara y lijamente á sus atitores.^Y así su- 
cedió. 

Desde los piimeros dias de Marzo, se hablaba en Montevi- 
deo de crímenes premeditados por Oribe. — “ Por varios con- 
” duelos,” dice la biografía del Sr. Varela, escrita por uno de 
sus amigos mas íntimos, “ habian llegado á oidos de Yarela 

indicaciones que debieron hacerle vivir con cautels; pero él, 
” tranquilo en su conciencia, despreciaba altamente esos av¡- 
” sos, y los miraba oomo sombras que solo podían tener oabida 
” en cabezas pusilánimes.” 

Pero en esos dias la tranquilidad estaba muy lejos de su 
corazón. Otro interes mayor que el de su conservación indi* 
vidual, influía sobre su espíritu. Oigamos lá sencilla espirea*» 
¿ion de esto én la misma obra que acabamos de citar— "Los 
"compromisos políticos dp Varela,” dice, “ y la suerte de su 
” larga familia, íntimamente ligada al resultado de la negocia- 
” cion que iba á entablarse, habían acumulado en esos dias so* 
99 bre su espíritu, sombríos presentimientos ó temores, que le 
” habían puesto en un estado de desaliento é inquietud, que 
” nunca le conocimos antes en las mas espinosas situaciones.” 
Pero este disgusto íntimo en el animo del Sr. Varela, no ora 
sino esa nube sombría que pasa por la frente de los hombres 
de corazón, la víspera de un duelo, de una batalla, ó de un 
grande acontecimiento político, que no envuejve al miedo sino 
al pesar por los que han de sufrir, si «caso es desgraciado el 
Tésultado del combate ; pero que luego desaparece sobre el 
campo de acción, donde el alma se reacciona entonces sobre 


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A8ESINAT0 IMS* IBÑQB VAHOLA* 


n 


•í mrisiii. Y así to vemos confirmad* en la misma obra á que 
dó* hemos referido. “Al fin,” dice, *‘el SO de Marzo toe 
” Comisarios Rejios, llegados á esta rads, debía» empezar el 
99 desempeño de su misión. La procsimidad de un desenlace, 
99 to posición neta en que finalmente iban á colocarse los su- 
" ceso® operaron una reacción sobre el espíritu de Varóla» 
” inclinado por naturaleza á afrontar con serenidad toda cíase 
99 de embates. Pocas veces lo hemos visto tau afegre, tan 
” dispuesto, como en aquel funesto día.” 

Los avisos para que se resguardase del puñal de sua ene- 
migos se le habían multiplicado en los últimos días, poro $1 los 
desechaba, y no hacia la mínima alteración a» au sistema de 
vida. La confianza en su conciencia y, quizá también, la con- 
fianza en su serenidad personal, parece que se combinaron 
para contribuir á su pérdida 

£1 mismo Oribe le habia repetido ese aviso el día 7 de 
Marzo. En ese dia Oribe hizo fusilar al Sr. Varóla represen* 
lado por un busto grotesco; y el dia 10 el Comercio del 
Plata contenia estas palabras “Con un sentimiento fácil de 
” comprender, pero sin dolor ninguno , tenemos que anun- 

* ciar á nuestros lectores, nuestra propia muerte, é invitarlos 
99 á nuestros funerales, que deben tener lugar en la costa del 
99 Miguelete, si es que el Sr. Presidente de aquellas Chacras lo 
” permite. El dia 7 del corriente, á la tarde, fuimos solemnemen* 
” te fusilados en la Calle de la Restauración, habiendo apro** 

* bado D. Manuel Oribe la sentencia, seguo hemos tenido no* 
99 ticia cierta. Nuestros lectores tendrán de hoy en adelante, 
” que prestar mayor fé á cuanto les digamos, pues nuestra voz 
” vendrá del otro mundo, y la voz del otro mundo, es siem* 
v pre yoz de verdad.’ 9 


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38 ASESINATO DEL SENOS TASELA. 

Parece que Oribe, viendo que dilataba en caer el golpe del 
asesino sobre el pecho de la victima, so complacía en asesi- 
narlo en efijie 1 

En la noche del 17 de Marzo, la Fragata de S. M. B. In- 
constant ” dá fondo en esta rada, conduciendo 6 su bordo al 
Señor Gore, Plenipotenciario Británico ; y el 19 á las 6 i de 
la tarde, arriba la Fragata & Vapor “ Magellan de S. M. el 
Rey de los Franceses, viniendo en ella el Sr. Barón Gros, Ple- 
nipotenciario Francés. 

* El momento de comenzar la lucha ha llegado. La suerte de 
Oribe vá ¿ jugarse en ella, y.... el 20 de Marzo á las ocho 
de la noche, el Sr; Varela, es atravesado de una puñalada por 
la espalda, recibida en el acto de llamar á la puerta de su 
casa 1 ! 1 


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II. 


Una hora después de cometido el asesinato, millares de per- 
sonas repetían los nombres de Rosas y Oribe, con seguridad 
completa de que de alguno de ellos, ó de los dos á la vez, ve- 
nía el crimen. 

Nosotros mismos, entonces al frente de la redacción de an 
periódico, el 21 de Marzo, hicimos fusión de esos dos nombres 
en el sangriento drama de la víspera, pero prometimos para 
mas tarde el exámen meditado de él. 

Era necesario buscar el crimen en su primitivo orijen. Era 
un crimen político. Los interesados en él eran Rasas y Orí* 
be ; pero una de las dos cabezas debió concebirlo primero que 
la otra; ó sí por una inspiración del infierno lo concibieron á la 
vez, uno de los dos debió ser el primero en comunicárselo a| 
otro, para combinar su ejecución y sus medios, Y hé aquí el 
trabajo de everiguacion que nos propusimos para nías tarde, y 
que estamos hoy desempeñando. 

Mas tarde— quizá no pasará mucho tiempo— adelantaremos 
nuestras investigaciones, y publicaremos tal vez un nuevo tra - 
bajo, Hemos tenido siempre la idea, y hoy tenemos muchos 
datos para confirmarla, que en el plan del asesinato hubo cóm* 
plises dentro la plaza. Si así fuere, no será sino cuestión de 
tiempo, el que sean descubiertos en su delito, pues asuntos cq* 
pío éste jamás quedan ocultos para siempre. 


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40 


ASESINATO DEL SEÑOR TARELA. 


Por hoy, nos era necesario en este escrito establecer la re- 
lación política en que estaba el Sr. Vareta para con Rosas, 
y aquella en que estaba para con Oribe. En seguida, descu- 
brir el interés peculiar encada uno de ellos para mirar como 
mas ó menos peligrosa 6 sus miras la existencia del escritor 
enemigo; y descender luego á rastrear en el carácter y’en el 
corazón de alguno de los dos, los estimulantes personales que 
pudiese tener para precipitarse á aquel crimen, Y es todo es- 
to lo que ha hecho nuestra ocupación en lá primera parte que 
se acaba de leer. 

Vamos ahora á otro jénero de esclarecimientos en esta se- 
gunda parte, 

A lias once de la noche del día 20 de Marzo, oa decir, tres 
hores después de haberse ejecutado el asesinato, los puestos 
avanzados de Oribe sobre lis líneas de la plaza, recibieron to- 
dos oficialmente la noticia del acontecimiento, y en el silencio 
de la noche sos soldados victoreaban la muerte del Sr. Várele, 
y decían á gritos á los soldados de la plaza que: “ les mon- 
dasen el Comercio del siguiente dia.” 

El dia «1 ya la Policía tuvo avisos de que el ejecutor del 
crimen había sido un tal Andrés Cabrera, natural de las Islas 
Cenarías, de ejercicio pescador, que hacía continuos viajes del 
Campo enfemigo á la Plaza, por mar; y que en la misma noche 
del 20 habla fugado para el Campo de Oribe. 

Hé aquí una carta con que el Sr. Coronel D. Faustino Lo- 
pes, Jefe Político y de Policía entonces, tuvo la bondad de 
contestar á otra que le dirijimos, suplicándole nos informase, si 
de las diüjencias practicadas por el Departamento á su cargo, 
resultaba averiguado el nombre del asesino del Sr, Varela; 
previniéndole nosotros, que destinaríamos su respuesta á ver h» 
luz pública alguna vez ; 


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ASESINATO DEL SEÑOR VARELA. 41 

u . Sr. D. José Mármol— 
u Estimado amigo : 

t( Tengo el gusto de contestar á su apreciable fecha de hoy* 
y decirle que de las dilijencia que practiqué sob&e el asesino 
del Sh D. Florencio Várelo, resulta ser él Andrés Cabrera; 
quien luego de perpetrar el asesinato, fugó al Campo enemigo* 
donde creóse halla en la actualidad. 

“ Al comunicar á V. esto, amigo mió, no tengo inconvenien- 
te en que haga V. de ello el uso que desea. 

“ Se repite de V. affmo. amigo y S. S. Q. B, S. 

“ Faustino López* 

u Casa de V. Mayo 6 de 1848” 

Por todas partes, por todos conductos, en la basta corres* 
pondencia que mantenían en aquella época las familias del 
Campo enemigo y de la Plaza, llegaba á ésta la confirmación 
de lo que se acaba de leer: — el asesino era Andrés Cabrera, y 
la misma noche del día 20, á las diez, se encontraba en el Cam- 
po enem go y en el Cuartel Jeneral de Oribe: refiriendo ade- 
más los pormenores del suceso, que Cabrera comunicaba á to- 
dos cuantos le hablaban de él. Pero ya en esta parte de la obra 
queremos circunscribirnos á relaciones de un caráter jurídico. 

El 6 de Abril se presentaron á la Plaza dos jóvenes, en cali- 
dad de escapados del Campo enemigo * y conducidos al M¡- 

* En esta como en otras declaraciones no9 vemos en el deber de ca- 
llar los nombres de los declarantes, porque de otro modo sería botarlos 
á una muerte segura, ei en el curso de esta guerra cayesen en poder da 
Oribe; pero nos referimos como se vé, á informaciones recibidas por las 
Autoridades en cuya presencia escribimos. 


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42 


ASESINATO DEL SEÑOR VARELA. 


nieterio de la Guerra para prestar alü algunas declaraciones so* 
bre la 8 causas de su venida &c., y preguntados sucesivamente 
sobre qué sabían, ó habían oido decir, de un asesinato cometido 
en esta Plsza, uno de ellos contesta;— “ Que habia oidoha- 
” blar de un asesinato cometido en la persona de un Sr; Vareta; 
” que se nombraba a un tal Cabrera como el asesino; que ha* 

bis visto á ese Cabrera en el Cuartel Jeneral: que lo ha-» 
” bia visto en momentos en que mostraba el cuchillo con que 
” h^bia cometido el crimen, á las personas que le rodeaban, las 
” cuales se ponian alegres y festejaban el suceso; que haría ape-» 
” ñas seis dias que habíi vuelto á verá Cabrera paseando loi 
” Campamentos hablando de bu crimen y enseñando el cuchi* 
” lio; que Iq Ipbia visto con gorra de Oficial; quo corría que 
” Oribe lo habia hecho Capitán; y el declarante dió además al* 
” ganos detalles de la persona de Cabrefa.? 

El que daba esta declaración está en una edad de la vida en 
qué no hay en el hombre bastante corrupción ni bastante co- 
teje para mentir delante de jas Autoridades:— tiene doce años. 

El otro joven, preguntado sobre el mismo asqnto, nombró 
también á Cabrera, como el hombre á quien en el C & !ppt> ene- 
migo se designaba por el asesino del Sr. Várela^ y agregó que; 
— 11 A todos presentaba el cuchillo con que lo habia muerto ; 

* que se repetía que Oribe le habia regalado onzas de oro, 
” dándole además el grado de Oficial.” 

Posteriormente llega á ja Plaza una mujer del Campo ene- 
migo. Llamada ante el Ministerio de la Guerra, entre otras de*» 
curaciones espuso: — “ Que la noche del 20 de Marzo á las 
” doce de la noche, llegó un hombre llamado Andrés Cabrera, 
” á la casa del sarjento Antonino, que sirve á las órdenes de 

* D. Francisco Oribe, y que tiene su residencia en el Paso del 
” Molino, que llegó con el misraj Sarjento, y otro hombre; 


s. 


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A8BSINAT0 DEL SEÑOR TARELA- 4 1 

*’ que Cabrera contó allí á la familia de Antonino, que habia al 
” fin logrado su intento de matar á Várela; que le habia dado 
” una puñalada á lo Gallego , tales ganas le tenia por lo que la 
” habia hecho caminar: que por mil pesos se mataba á cuaU 
” quiera / que se había embarcado por la Peña del Baore.” La 
mujer continuando su declaración, dice:— <r Que un rato des*- 
" pues llegó é lo de Antonino un Ayudante del Cuartel Jeneral 
” de Oribe Jr lo llevó á presencia de éste/’ 

En la declaración se encuentra como esta mujer tuvo cOno^- 
cimiento de lo que refería; y ella lo hubo por medios directos 
y presenciales. 

El dia 8 de Junio, el Capitán D. Manuel Careza* recibe órdcft 
del Sr. Coronel Tajes, entonces Jefe Político en Montevideo, 
de aprehender ciertos individuos, que habían llegado del Campo 
enemigo, sobre los cuales habia sospechas de complicidad en 
el suceso del 20 de Marzo, según los avisos que recibió la Po« 
licíi. 

El Cápitan Careza, acompañado de su hermano el Teniente 
Careza, de un Comisario de Policía y de algunos soldados, dá 
esa misma noche cumplimiento á su comisión. 

Se transporta á bordo del Pailebot (JóVen Petrona) don- 
de debian hallarse los individuos indicados. Encuentra en 
él dos hombres y un niño. Uno de ellos se pavóriza á la pre- 
sencia de la Policía. El Capitán Careza quiere aprovecharse 
de esta situación de ánimo, y lo llama súbitamente: “ Asesino 
del Dr. Várela.” Aterrado aquel hombre, dice: — “ Que nó, 
” que no es él; que él se Ilam3 Antonio Suarez; que los asesi- 
9f nos del Dr. Varela, fueron su hermano Federico Suarez y 
* Andrés Cabrer*; que este último fue quien ejecutó el crimen; 


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44 


ASESINATO DEL SEÑOR VARELA. 


” que en la vereda en frente de aquella en que se dio la puña- 

lada, estaba su hermano Federico para ayudar á Cabrera en 
91 caso que lo necesitase; que él los estaba esperando en un bo- 
” te; que en él estuvo hasta que llegaron; que Oribe, según se 
” le había dicho, había dado n Cabrero, cinco mil pesos y un 
” terreno con ganado en las Piedras.” 

El Capitán Caraza, consigna esta relación en el parte dado 
al Sr. Jefe Político en el siguiente dia 9 de Junio, remitiendo 
al Departamento los individuos aprehendidos en U noche ante* 
rior y en la mañana de ese dia. 

Entonces el Sr. Jefe Político, con fecha del mismo dia 9, 
decreta la información competente, y comienza un sumario 
que tenemos á la vista, no menos célebre por el resultado que 
}ia tenido que por las abundantes revelaciones que contiene. 

Pero no es sobre algunos miserables que de cierto hubieran 
pasado á criminales convictos si esa información hubiese subí* 
do hasta los jueces competentes de esa causa, y una justicia 
recta se hubiese administrado en ella, que queremos ocupar- 
nos aquí. Es mas alto y mas importante nuestro empeño. No 
queremos ocuparnos de aquello que de las declaraciones resul- 
ta contra los declarantes mismos ; sino de aquello que resulta 
contra Oribe, 

Fijemos primero todo lo que presenta á Cabrera como eje- 
cutor del asesinato, asociado á Federico Suarez para come- 
terlo. 

En la información levantada por la Policía sobre los apre- 
hendidos el 8 y 9 de Junio, la primera declaración que figura, 
es la del patrón del Pailebot “ Joven Petrona.” En ella se ha** 
Ha, que estando el declarante en el Buceo y conversando cop 


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ASESINATO PEL SEÑOR VARELA. 45 

uno do sus marineros, cuyo nombre cita, sobre las cantidades 
de dinero que perdía en el juego Andrés Cabrera, su marinero 
le dijo que: — “Ese dinero lo había obtenido. Cabrera, como 
” precio de la puñalada que había dado ¿ Várela,” 

Otro delo9 individuos detenidos en la Policía, llamado Juan 
Silva, natural de Portugal, de ejercicio pescador, y casado con 
una hermana de Federico y Antonio Suarez, dice lo que tex- 
tualmente copiamos: — “Que quince días después del suceso, 
” oyó decir con generalidad sin poder determinar personas, 
” que; su cuñado Federico Suarez había sido compañero de Ca- 
” brera * en el asesinato del Dr. Várela, lo que creyó el de- 
” clarante, porque desde la primera noche en que tuvo lugar la 
” muerte del Doctor, ya la Policía perseguía á Cabrera como 
v autor de esa muerte, y ya Cabrera había desaparecido; y co- 
” mo su cunado Federico era inseparable de Cabrera, y tam^ 
” poco se volviese á ver mas desde aquella noche, el declaran - 
” te dedujo que habían de ser cómplices en ese crimen. Que 

eran inseparables desde mucho tiempo; que los dos vivían 
” juntos en el Campo enemigo; que juntos paseaban, que jun- 
’’ tos comían y dormían. Que en el tiempo anteriora la muerte 
* del Dr. Varela, anduvieron juntos en esta Ciudad; que Ca- 
” brera tenia entonces patacones que gastar, y que gastaba en* 
” efecto, acompañándolo Federico en todas sus voraceadas ” 

El niño tomado á bordo del Pailebot “ Joven Petrona ” en 
la noche del 8 de Junio, declara, haber oido decir abordo, que 
Andrés Cabrera y Federico Suarez “ fugaron juntos de Mon- 
tevideo por haber hecho juntos una muerte.” 

Una testigo, citada por otra cuya declaración es poco im* 

* Cabrera es primo hermano de los Suarez, y todos ellos naturales 
de las Islas Canarias. 


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ASESINATO DEL SEÑOR VARELA; 


portante» dice: “ Que algunos (fias antes de ejecutarse el crt- 

* men, veía ella que Andrés Cabrera pasaba con frecuencia 

* por su calle, notando que unas veces vestía poncho y chiripá 
” á la porteña; otras pantalón y poncho diferente; á veces con 
99 gorra punzó, & veces con gorra azul, y algunas ocasiones con 
” sombrero; en una palabra» variando siempre de traje.” Y res- 
pecto á la ejecución del crimen, declara haber oido decir; 
‘' Que Federico Suarez y un José Manuel estaban en una bu* 
” ceta en el Cubo, mientras que Andrés Cabrera vino á matar 
’’ alDr, Varéis; que perpetrado el crimen, Andrés Cabrera 
” fué á embarcarse en la buceta para pasar al Campo enemi- 
’’ go; que llegó á ella asustado y llorando, y tan asustado que 
” José Manuel tuvo que cargarlo y meterlo en el bote»” 

Otro testigo declara, “que hace algún tiempo que Andrea 
9 Cabrera llevó su familia al Campo enemigo ; que después 
” vio que él y su amigo y primo Federico Suarez iban y venían 
” al Campo enenrgo con frecuencia, siempre con dinero y sin 
” que se supiese de donde lo sacaban.” Refiere que en la tar- 
de del 20 de Marzo Tos halló juntos. Continuando sus decla- 
raciones dice, haber oido después á todos los que venían del 
Campo enemigo y conversaban en las pulperías, “que Cabre- 
” ra estaba bien en el Campo enemigo ; que Oribe le había da- 
99 do una Chacra y se presentaba con espuelas de plata y buen 
99 apero.” 

Poco mas ó menos como lo que se acaba de leer, se encuen- 
tra en todas las declaraciones de los once individuos que entre 
presos y testigos componen el número de los que fguran en b 
sumaria. Pero vase á vér lo que forma el complemento de 
todas ellas, y lo que extingue la última sombra que pudiese 
quedar en la conciencia mas escrupulosa, que quisiera abate* 
nerse de dar su fallo en este asunto. 


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ASESINATO DEL SEÑOR VARELA. 


47 


Antonio Suarez, hermano de Federico Suanez y primo de 
Andrea Cabrera, que confesó en presencia de los Oficiales Ca- 
rezas, de un Comisario de Policía y toa soldados que lo acom- 
pañaban : haber esperado á los asesinos mientras iban a ejecu- 
tar el crimen, para conducirlos al Csmpo enemigo, declara x— - 
“ Que su hermano Federico Suarez es uno de Jos que concur- 
” rieron con Andrea Cabrera al asesinato del Dr, Várela ; que 
” en una noche, cuya fecha no recuerda, fueron llamados en 
” el Buceo & la Capitanía del Puerto los individuos José Ma% 
” nuel el Burro, Pedro Rubín y Federico Suarez ; que reuní- 
” dos allí, presente Andrés Cabrera, el Capitán del Pübr- 
” to # órdenó ó los tres primeros, montáran un bote de Do» 
” mingo Moreira y recibiesen 6 bordo de él á Andrés Ca- 
” brera • que lo condujesen si Baño de los Padres, donde 
” debía saltar en tierra ; que allí se esperasen hasta que vol« 
” viese Cabrera, y después hiciesen lo que este lea mandara ; 
” que obedecieron en efecto, y llegados al Baño de los Pa« 
” dres desembarcó Cabrera.» Que al cabo de un rato volvió 
" diciendo que había muerto á Varela ; y entonces se hicieron 
* á la vela y tueron á encallar por la Playa de la Aguada, de 
” donde alzaron el bote en carretas.*!*.^. 



Tendremos necesidad todavía de apurar nuestra intelijencia 
para sacar de todo esto las consecuencias que arroja de sí 
mismo? no, por Dios! Eso seria creer que la intelijencia de 
los demas, pierde su propia claridad en presencia de la clari- 
dad de las cosas» 

En todas estas declaraciones hay, como se ha visto, notables 
contradicciones; pero todas están conformes en dos cosas; en 

* Soria—primo hermano de Qribft 


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4a 


ASESINATO DE1* SEÑOR TARELA. 


que Andrés Cabrera fué el ejecutor del crimer; en que Oribe 
pagó á Cabrera, una cantidad de dinero por ello. Se contradi- 
ce en la cifra, pero ninguno se contradice en que una cantidad 
fué dada. De todos modos, esas contradicciones si atrojan os- 
curidad sobre algo, es sobre la conducta de las Autoridades, 
que debiendo elevar ese sumario á sus Jueces competentes, ño 
lo hicieron. Ellos entonces habrían llevado adelante lasmves* 
ligaciones judiciales; habrían buscado de donde sabían los de** 
clarantes en el sumario, las revelaciones que hacían; habrían 
hecho comparecer nuevos testigos; habrían llegado á saber 
quien *daba á Cabrera el dinero que gastaba en Montevideo; las 
personas de alguna calidad con quien pudiera haber tenido re* 
lacion en los dias que precedieron al 20 de Marzo; y de una 
en otra investigación, se habría llegado, como en todas lascau« 
sas criminales bien seguida?, al conocimiento de la verdad, en 
toda su ostensión y en todos sus pormenores. Desgraciadamen* 
te nada de esto se hizo; nada absolutamente. 

Pero si esta omisión importa un daño á la justicia y á la vin- 
dicta pública, tan atrozmente ofendidas en ese crimen, nada im« 
porta, por suerte, en beneficio de Oribe. 

El está claro y transparente como el verdadero asesino de 
D. Florencio Varela. 

La mano mercenaria de que se valió, no fué sino el instru- 
mento de que se sirvió en su infernal designio ; y si esa mano 
ha podido escaparse al verdugo, que no se escape Oribe á la 
execración de la historia. Atado á su delito nosotros lo ar« 
rojamos al anatema de lós hombres y á la vergüenza de sus 
mismos hijos. Que ellos no puedan acercársele sin ver que su 
frente está manchada con la sangre de un crimen, para el quer 
no hay perdón en la justicia del Cielo ni de la tierra l 


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ASESINATO DEL 8EÑOR VARELA. 4$ 

Sí, Oribe, cuando yo alzo mi voz para confundirte, mi vox' 
es poderosa porque me hago el eco de una jeneracion entera á 
quien has herido con el puñal que traspasó á Vareta; y ante la 
Éantidad del sentimiento de todo un pueblo, póstrate ¡ bárbaro ! 
para recibir sobre tu frente la marca eterna de tú delito. A la 
Civilización lias arrebatado una cabeza distinguida; á la huma* 
nídad ún coraZon jeneroso; y á la patria de los Arjentines una 
de sus esperanzas mas bellas. Esa es tu obra, pero ella es de- 
masiado criminal para que no te persiga la justicia de Dios/ 
Como te persigue el anatema de los hombres ! 

Entre-tanto hé aquí en los actores de este sangriento drama 
la personificación perfecta de los dos elementos que forman con 
su choque la situación de esta rejion de América: — la civiliza- 
ción oponiendo sus armas morales á la barbarie/ y la barbarie 
degollando la civilización con el cuchillo del bandido. Guerra 
espantosa y desigual que nos ha arrebatado uno por uno los me- 
jores hombres de dos jeneraciones, y que quizá habrá de con- 
seguir al fin sepultar estos pueblos en un abismo de relajación 
y de ignorancia, del cual, en el andar del tiempo, soló pueda sa- 
carlos á la vida de la civilización y de la moral social, una nue- 
va conquista del estranjero. Situación horrible á que los van 
conduciendo sus caudillos, y á la cual los pueblos mismos no 
quieren conocer ni sacudir ! Y ante la cual la Europa no quie- 
re ver sino una situación política y transitoria ! 

Varela, cayendo asesinado por el puñal de Oribe/no es sino 
la espresion simple de la civilización de) Plata, cayendo exáni- 
me á los golpes de la Dictadura personal de los caudillos gau- 
chos. Algunos años mas de contienda, y no quedaremos en es- 
tos países, un solo hombre en pié para defender la justicia y la 
libertad; y la Europa tendrá que abrir sus relaciones en el Pía-' 
fa con unas nuevas tribus Americanas. Pero si ese es el destino 

7 


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60 


ASESINATO DEL SEÑOR VARELA. 


que dos ha cabido ea suerte, muramos junto á la brecha y hoo. 
remos la defensa sino podemos conquistar el triunfo. 

Dejemos ahora que el tiempo proporcione & la historia nue- 
vos datos sobre el asesinato del Sr. Várela: pormenores mas ó 
menos curiosos; pues para la averiguación de su asesino no se 
necesitan mas en este caso, que la conciencia de cada hombre, 
y lo que se rejistra en esta obra — y emprendamos nosotros le- 
garle otras memorias., que mas tarde y eo estos países mismos 
ye habrán de leer con todo el interés que ellas inspiran. 


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Ilí. 


El Sr, D. Florencio Varela vivía en la calle de Misione* 
núm. 90. 

El dia 20 de Marzo, al anochecer, concluido el trabajo del 
Diario, que debía salir al siguiente dia, el Sr. Varela salió á 
hacer una visita. Su Señora habia salido también. V he squi 
la narración mas verídica y sencilla de esos momentos, con 
que debemos empezar esta tercera parte de nuestro trabajo : 

“ AI volver la Señora á casa,” dice el Auío»Biogrfifia á que v 
nos hemos referido antes, “ vió en la acera de enfrente, un 
99 hombre que lé pareció sospechoso— nada mas que por pre- 
” sentimiento. Entró á prevenir de esto 6 sü marido, pero 
” aun no habia vuelto ; y apenas subió, se acercó 6 los posti- 
99 gos del balcón para observar & aquel hombre que la tenía 
99 inquieta. La luz de la habitación en que estaba, la impidió 
” distirguir nada en lo estertor.’^ 

“ Varela regresó de su visita muy contento, frailó en su' 

99 escritorio algunos amigos, y sin necesidad ninguna, tal vetf 
’ 9 por el solo deseo de hacer un servicio, tal vez porque así lo 
’’ quería asa suerte en quien él no creía — vo I vió á salir, diciendo 
" á sus amigos que volvería en el acto . Su objeto era dar al Sr. 

99 Mac Lean una contestación relativa á un asunto judicial que 
” este le habia encomendado. — Salió acompañado de un amigo. 

“ En esos momentos uno de sus hermanos, se ausentó tam- 


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¿52 * A8EJBINAT0 DEL SEÑOR VARELA. 

^bien de la casa por diez minutos ; bajó la calle hécia el 
” muelle, y regresó por el lado opuesto. En su tránsito por 
” toda la cuadra, nada vió que le llamase la atención ; solo pe* 
99 cuerda que la calle estaba muy sola, tal vez por que la jente 
” habría afluido á la del 25 de Mayo, por donde á la sazón 

pasaba un Batallón que marchaba á embarcarse. Al entrar 
” en casa, salían dos de los operarios de la imprenta, y estos 
” cerraron la puerta, que aquél halló abierta si entrar. 

V Entretanto Varela volvía á su casa por la calle del 25 de 
” Mayo; cerca de la Sala de Residentes, habló on momento 
” con un Jefe de marina estranjero; en Ja cuadra siguiente se 
99 detuvo otro instante con el Sr. Ministro de Hacienda.— En 
” seguida continuó solo, 

” Tres minutos, á lo mas, haria que el hermano, de qne se ha 
99 hecho mención, había entrado al escritorio que dá á la calle, 
” cuando las cuatro personas que estaban en él, oyeron tres 
” golpes á la puerta. 

” E inmediatamente que el último golpe hahia sonado, llegó 
” á sus oidos un corto ruido de pasos precipitados y dos ayes 
99 lastimeros de agonía, en los que uno de los presentes, réco* 
99 noció en el acto la voz del infortunado Varela.— Corrieron á 
” abrir; nadie estaba en la puerta; pero algo se veía en una de 
” la acera de enfrente: allí votaron y encontraron. ... el cadá< 
99 ver de Vareta, bañado en su propia sangre ! 9 

Varéla al recibir el golpe mortal, con el último esfuerzo 
muscular, y con el último relámpsgo de vida que, iluminó su 
intelijencia, ó quiso seguir el rastro de su asesino, ó quiso ir a 
pedir auxilio á una casa vecina para evitar la sorpresa de su 
familia. Pues solo aceptando alguna de esas dos su posiciones, 

. . . . . ■ ‘i 


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ASESINATO DEL SEÑOR VARELA. 


53 


m pueden esplicar las quince ó diez y seis varas que se alejó de 
la puerta de su casa, marcandojjna diagonal hacia la acera de 
enfrente; y yendo á caér precisamente á la puerta de la Zapa* 
tería de Mr. Charbonier, cuyas iuces se reflectaban por los 
cristales de Ja puerta* 

Esta Zapatería es la que tiene el jiúm. 91 en la calle de Mi* 
siones. 

La calle de Misiones es una de las mas transitadas en la Ciu« 
dad de Montevideo; y lo es mas desde la altura de la calle del 
Rincón, hacia la parte que se prolonga al Norte, donde está *i~ 
tuada la casa que habitaba el Sr. Varéis. 

El 20 de Marzo correspondió ¿I dia 2. ° del plenilubio de 
ese mes» y á la hora en que se ejecutó el crimen, la claridad de 
la Luna se derramaba ya sobre las calles que corren del E. al O 
de la Ciudad; pero aquellas del N. al S., como la calle de MU 
siones, no recibian sino los reflejos de esa claridad, contenida, 
en esos momentos, por la espalda de los edificios. 

Sin embargo, en esa calle, á esas horas, bajó esa semi-luz 
de |a luna, y á sesenta varas de la calle de las tiendas, que en 
ese momedto estaba concurrida por centenares de personas, 
por una fatalidad desgraciada y que no se repetirá en muchos 
años, el asesino pudo encontrarse solo, completamente solo, 
con la víctima; pudo seguirla; pudo llegar hasta ella; pudo 
atravesarle el pecho de una puñalada por la espalda, y desapa- 
recer sin ser visto de nadie ! 

En los brazos de su hermano político exhaló el último sus- 
piro, y un minuto después, aquel cuerpo inanimado que pocos 
momentos antes contenía la vida en lo mas robusto de la juven* 
tud; en quien la actividad del espíritu y la labor de la intelijen- 


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54 


A8E8INATQ DEL SEÑOR VARELA* 


cia eran las fuentes copiosísimas de la sávia de su existencia, 
quedó tendido en el suelo de una Zapatería, y cubierto coo la 
coi tina de lona de una puerta ! 

La herida que le había atravesado el pecho, por la espalda, 
tenia, en su parte posterior, cinco pulgadas de estension, si - 
guiendo una dirección oblicua de abajo á arriba, correspondien- 
do á la que se notaba en la parte anterior y un poco lateral del 
cuello en el lado derecho, de diámetro de una pulgada, y que 
estaba precisamente en el lugar en que se encuentra la arteria 
carótida y la vena yogural. La muerte que debió ser casi ins- 
tantánea, no habia descompuesto su fisonomía ; pero se notaba 
en ella, sin embargo, la espresion bien dibujada del dolor. La 
piel de su frente, estaba lijeramente plegada entre las cejas; sus 
dientes cerrados con fuerza; y sus labios unidos, contraídos há* 
cía la parte interior, y dilatados por sus extremos Sus ojos, que 
ya no podian corresponder á ninguna situación del espíritu, por 
que les faltaba esa luz intima encendida por Diosen el espíritu 
del hombre, para alumbrar en la pupilo los sentimientos del 
alma; estaban entre-abicrtos; pero el frío de la muerte, no ha* 
bia extinguido en ellos todavía la última espresion de la vida. 

La hemorrajía interior que produjo su muerte, no se había 
precipitado por ninguna de las dos bocss de la herida; y hasta 
el momento que estamos describiendo, solo por la parte de la 
espalda, se habían escurrido algunas onzas de su sangre; en la 
parte det cuello, solo hnbia una mancha de sangre en su cami- 
sa, como de tres pulgadas de diámetro; pero ya el eolor de su 
semblante revelaba que su sangre se habia vaciado de todas so* 
auteriasy acumulado en las cavidades del pecho: tenia la total 
palidez de un cuerpo exangüe; y su traje perfectamente negro, 
la resaltaba mas. 

Su muerte cundiendo como por fiambres eléctricos en todr 


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ASESINATO DEL SEÑOR TARELA. - 55 

la Ciudad, precipitó & la calle de Misiones la mitad, ¿ lo me-* 
nos, de los hombres de Montevideo, Sus amigos rodeaban, 
unos, la desolada familia de la víctima ; otros, se reemplaza* 
ban al lado de Varéis, haciendo, podemos decirlo así, las cen* 
tinelas de un cadáver, por sí la mano de los satélites de Oribe« 
venia también dentro los muros de Montevideo, á profanar los 
muertos, como venía sin temor á asesinar los vivos. 

El resto de ellos, se hallaba confundido con los grupos de 
nacionales y extranjeros que cuajaban la calle, en donde no se 
oía sino la espreúon mas sincera del dolor. Puede ser que aU, 
gunos de los amigos de Oribe, se encontrasen entre esos cen» 
tenares de hqmbres de corazón que allí estaban ; puede ser 
que se acercasen hasta Vareta para ver si en efecto estaba 
muerto 1 Este proceder sería lójico con su amistad política. 

Un Comisario de Policía, colocado á la puerta de la Zapa*» 
terla, solo permitía la entrada en ella á las personas conoci- 
das, a los amigos ó deudos de Vareta, y á los Facultativos. 

Entre tanto, aquellas personas de la familia del Sr. Varéis, 
que en esos momentos se hallaban capaces de combinar sigo, 
convinieron con sus amigos, llevar lo mas pronto posible el 
cadáver á ser depositado en la Iglesia Matriz, para que se 
despejase la calle, cuyo rumor afectaba mas & la Señora de 
Vareta, en los instantes en que parecía volver á la vida, do- 
minada por repetidos desmayos. 

Pero no se podía mover el cadáver sin que llegasen antes 
el Juez del Crimen y el Médico de Policía ; y á las diez de la 
noche, no se había conseguido la llegada del uno ni del otro. 

A las diez y veinte minutos, se presentó por fin el Juez del 
Crimen, y levantó el Auto cabeza del sumario. 


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ASESINATO DEL SEÑOR VARELA, 


56 

* Se resolvió entohces llevar el cadáver al Templó, y qhé 
allí hiciese el Médico de Policía su reconocimiento, si' estaba 1 
en disposición de pasar á hacerlo. 

Entonces sus amigos lo colocaron en su ataúd. Los lábios’ 
no se desplegaban ; y las lágrimas se deslizaban por el sem* 
blante de todos. En seguida se abrieron las puertas de aquel 
pdbre cuarto que había servido para hospedar un cadáver ; y 
el ataúd pasó de brazo en brazo por medio de una multitud 
silenciosa y conmovida. En ese momento la Luna en la mitad 
del Cielo, derramaba sobre la tierra su luz tan melancólica, 
como los semblantes en que reflejaba ! 

El acompañamiento fúnebre descendió por la calle de Mi- 
siones y enfiló, al Este, la calle del Cerrito; dobló en seguida 
por la calle de los Treinta y Tres; y llegado á la del Rincón, 
caminó hacia la Plaza, y llegó luego al Templo. 

En todo el tránsito, no se escuchó una sola voz. No se veía 
una sola puerta de calle abierta; las familias, aterradas, tem-‘ 
biaba cada una por los padres ó por los hijos, con esa inquietud 
pavorosa por la seguridad de los que se aman, que enjendra en 
las imajínaciones, la presencia inesperada de un gran crimen. 
El silencio de la noche, solo era interrumpido por la marcha 
lenta y monotbna del acompañamiento, que en pos de sí iba de- 
jando una huella fatal: al remover el cadáver para colocarlo 
en el ataúd, la hemorrajía se había precipitado por la herida de 
la espalda* y filtrando por las junturas del cajón, la sangre no- 
ble y jenerosa de Vareta, sirvió para regar cinco cuadras de la 
Ciudad de Montevideo. Y el Sol del siguiente dio, vió que te- 
nia que secar esas gotas dé las fuentes humanas, en que des- 
pués de tantos años se están quebrando sus rayos dia á dia, sin 
que un rayó de la palabra divina pulverize la mano que las 
vierte i 


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A IK SI NATO DPL SEÑOR VARELA. &V 

La comitiva llegó al Templo con su preciosa carga. Una 
pequeña lámpara estaba ardiendo sobre el Altar Mayor al fon¡ 
do de la nave principal de la Iglesia; y su claridad débil, dila- 
tada y perdida entre las bóvedas y los Altares; la hora, el silen- 
cio y la relijiosidad del lugar, daban á este cortejo mortuorio, 
que conducía en sus brazos una tumba que destilaba sangre 
caliente todavía, un carácter de sigo que no perteneciera al 
mundo de los vivos, é imprimía en el alma ese santo recoji- 
miento, que elevándola de si muma^ la separa del hombre y la 
aproxima á Dios, en presencia de los espectáculos en que re« 
salta la sublimidad del dolor y el imperio déla relijion ! ,Pa« 
rece que una msno misteriosa y hábil preparaba todas las 
circunstancias, para rodearen la tierra el cuerpo de la víctima, 
de la misma santidad con que ya en el Cielo estaba coronada 
su alma! 

¡ Cuán impenetrables son los arcanos de tu voluntad, Provj* 
dencia Divina, cuando en ese momento no fulminaste el rayo 
soberano de tu justicia, sobre la Trente del criminal ! En ese 
momento en que tantos hombres virtuosos tenían las lágrimas 
sobre su semblante, al entregar á la custodia de tus Altares, e| 
cuerpo ensangrentado de uno de sus hermanos de infortunio; 
de un buen hijo, de un esposo tierno, y de un padre de diez 
hijos, niños todavía 1 Pero tu justicia es infalible, y tu justicia 
seré, Dios Soberano ! 

Depositado el cadáver, las puertas del Templo se cerraron 
en pos, para abrirse al siguiente dia á un nuevo espectáculo 
menos tocante pero mas grandioso, con que un pueblo iba á 
contribuir á la última espresion de su respeto. 

A las diez y media del dia 21, se comenzó el Oficio fúnebre 
en la Iglesia Matriz. No ae había hecho invitación, ni pública 

8 


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fig ASESINATO DEL 8EÑ0R VARELA. 

ni individual á nadie, y ai concluirse el funeral, á las once y 
media de la mañana, se hallaban en el Templo mas de sete» 
cientas personas, de lo mas escojido del comercio estranjero, 
de sujetos del país y de Arjentinos. Y todo este acompaña- 
miento condujo el cadáver hasta el Cementerio, siendo llevado 
en brazos el ataúd; y al sepultarlo, estranjeros y compatriotas 

de él — TODOS LLORABAN ! 

¡ Oribe ! matador de Varela ! tu brazo de asesino no alean* 
za á quebrar en el corazón de los hombres, las fuentes déla 
sensibilidad y del llanto que la mano de Dios sabe labrarles, y 
esas lágrimas que se vertieron sobre la tumba de tu victima, 
fueron la corona santa del mártir, y el anatema terrible del ase- 
sino; de tí, ¡ bárbaro ! 

Cuando los pueblos lloran sobre la tumba de un hombre, esa 
tumba se convierte en un Templo, cuya santidad no es profana- 
da jamás, ni por el polvo de la tierra, ni por las inconsecuencias 
humanas; y jamás vierten sus lágrimas, sin señalar á su ven- 
ganza, ó á su maldición, ol causador de la desgracia que la 
mentan, cuando ella no es la obra de Dios, sino de los hom» 
bres, • , •• 

A la desgracia de su muerte, se agregaban los recuerdos de 
9 U vida, paro provocar aquel sentimiento. Varela, prescindien- 
do de su talento y de tos servicios que prestaba con su Diario 
al comercio y á la causa pública, era querido umversalmente 
por sus condiciones privadas. 

Su carácter era recto y bondadoso; muy ihduljente con las 
pequeñas faltas de sus semejantes, y, especialmente, de los jó» 
yenes; muy leal y muy franco con sus amigos, muy sincero y 
desinteresado en sus opiniones con ellos, y persuasivo y seduce 
tor en su conversación siempre amena. 


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ASESINATO DEL SEÑOR VARELA. 


59 


Los estranjeros lo querían con predilección; porque é) sabia 
bien lo que era vivir fuera de su pai*, y se esmeraba en ser 
amable con los que sufrían esta desgracia. 

Cuando se escriba su biografía completa» se hallará cuan 
fundado era este respeto público que se le tributó á su muerte* 
y se comprenderá entonces toda la importancia de su pérdida* 

Pérdida que importa en la revolución un suceso de los mas 
eminentes porque ha pasado después de muchos años. Los 
Ejércitos se reorganizan; se reconquistan en la guerra las posi« 
ciones perdidas; pero en la vida de una jeneracion, no se repo- 
nen fácilmente las cabezas privilejiadas que se pierden en ella* 
y aun cuando no fuera así, la pérdida de uno*. siempre impor- 
taría un talento y una virtud de menos. Otra intelijencia dis- 
tinguida viene el 1. ° de Junio al lugar que quedó vacío el 20 
de Marzo; pero aquella pérdida no es per eso ni menos sensi* 
ble, ni menos importante. 

Decir que la libertad “ no perece/’ es decir una verdad, pe. 
ro una verdad muy abstracta, y que demanda mucho tiempo 
para realizarse. La libertad, como todos los principios funda* 
mentales de la sociedad; llega á extinguirse, y á veces totál- 
mente y por mucho tiempo, cuando le faltan en los pueblos los 
hombres que la sostienen, y dirijen las masas á sostenerla. Los 
principios no perecen, pero perece la práctica de ellos, cuando 
no hay maros que los recojan y los diseminen entre los hom- 
bres; y el mas santo de los principios, poco ó nada valdría pa« 
ra la sociedad, si solo hubiera de tener existencia allá en la at- 
mósfera de las teorías. 

Concebir la libertad, la justicia, la República y la democra* 
cia en el Plata, poco importa para la felicidad desús habitan- 
tes, sino hay voces perseverantes y elocuentes que loa conduz* 


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€0 


ASESINATO DEL SEÑOR VARELA* 


ean á la práctica de esas virtudes, y les arranquen al monopo* 
lio escandaloso que han hecho de ellos, esos caudillos Gauchos, 
dejeneraciones monstruosas de la familia cristiana y civilizada* 

Y para conducirlos á esa práctica, no es tampoco el camino 
que se debe elejir aquel de las peroraciones demagójicas, y de 
la poesía de las teorías, sino aquel otro sencillo y llano en que 
el pueblo halle las ventajas prácticas del trabajo y del orden, 
los beneficios de la industria, y los goces de la paz y de la jus- 
ticia 

Esta escuela de enseñanza primaria, es lo único que puede 
alzarlo algún dia al rango de republicano y democrático, sin 
haber violentado suintt lijencia para que conciba esas virtudes,, 
sino habiéndoselas hecho sentir, antes que comprender; gozar 
de ellas, antes que conocerlas por teoría, 

Y este era el plan, el deseo y el trabajo diario del Sr, Va* 
reía* ¿En cuanto, pues, se avalúa la pérdida de su cabe*! 
xa ? En la pérdida de la mas poderosa palanca de la civiliza'* 
cion de estos países— esa es la verdad, Y esa pérdida es la 
obra del mas envilecido de cuantos malvados han manchado 
suhÍ8toria! 

I Qué estraño, pues, que un pueblo entero, fuese á derramar 
lágrimas sobre la tumba de Varela? 

Pero aun hizo mas. 

Esta corona de honor y de respeto que la parte mas escoji* 
da de está Capital deponía sobre la tumba del mártir, debia ser 
bien luego entrelazada con nuevos homenajes. 

El Sr. Varela no tenia fortuna; au laborioio trabajo le daba 


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ASESINATO BEL SEÑOR VARELA. 


«I 


lo necesario solamente para atender al sosten de su numerosa 
familia. Su periódico no tenia protección especial de nadie , 
como quisieron hacerlo entender sus enemigos; de nadie abso- 
lutamente, ni del Gobierno de este pais, ni de ningún Gobierno 
ni Legación estranjera. Era el público quien lo sostenía, pero 
el público de Montevideo, por mas protección que quiera dar & 
un periódico, no podrá en mucho tiempo todavía hacer con 
ella la fortuna de un escritor. Asi el Sr. Vareta — el mas feliz 
de todos á este repecto— -nunca hsbia podido hacer economías 
que fuesen ó empezasen á ser una fortuna para sus hijos, si una 
muerte temprana les arrebataba su padre; y al llegar ésta, su 
viuda y sus hijos, niños todos, quedaban sin medios de sub- 
sistencia, 

A vista de este segundo cuadro de las desgracias improvisa 
tas de esa familia, algunos Arjentinosse reúnen, se convienen, 
se constituyen en Comjsion.y promueven una suscripción en fa- 
vor de la viuda é hijos de Yarela. 

Este pensamiento encuentra una aceptación jeneral, casi po- 
demos decir, entusiasmo; y una cooperación franca y jenerosa, 
es la respuesta quedan todas las personas, a quienes la Comi- 
sión se dirije. 

La Comisión trabaja con actividad, y luego que creó con* 
cluida su noble empresa, convoca & todos los donantes y á los 
hermanos del Sr, Vareta, á una sesión jeneral. 

En ella manifiesta el pormenor de las cantidades recibidas, 
que son las siguientes, presentadas aquí, no como individual- 
mente fueron obladas, sino según la euma que jesuíta en cada 
nacionalidad de Jos donantes:— 


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62 


ASESINATO DEL SEÑOR TARELA. 


Ingleses. , 

Arjentinos. ...... . .... 

Españoles.. . 

Franceses 

Alemanes 

Norte- Americanos. .. . 

Orientales.. 

Brasileros.. 

Italianos 

Personas no conocidas. 


$ 4,290 640 reís. 
3,331 320 ” 
2,666 160 " 
2,220 320 ” 
1,079 ” 

556 ” 

439 160 ” 
413 " * 

166 *■ ’• 
315 480 ” 


$ 15,077 480 re¡9. 


Un caballero Italiano, donó también un documento de crédi- 
to contra el Estado, valor de 2,000 $ y posteriormente se reci- 
bió de Rio Janeiro, la cantidad de 348,480 reis, reunida entre 
ocho personas; tres Españoles r cuatro Arjentinos, y un Ale- 
mán. # 

~ La Comisión, después de dar asi cuenta de cuanto había re- 
cibido, que consistía en la cantidad de 15,077 pesos, 4 reales y 
80 reis, mas un documento de 2,000 pesos contra el Estado f 
agregó en este acto, que había creído conveniente convocar á 
los donantes, á fin de que manifestasen su voluntad sobre el em« 
pleo de Aquellos fondos,, como también invitar á la sesión los 
hermanos del Dr. Varela, y agregaba: “ Que respecto al des- 
99 tino ó empleo del capital reunido, en su sentir, sería aquel 
99 que tuviese por base declarar el capital por pertenencia de 
99 los hijos, y su usufructo por pertenencia vitalicia de la ma- 

* De la función de Teatro anunciada y representada á beneficio de 
la familia, ségun decía su anuncio, la familia no ha recibido nada, ni tie- 
ne conocimiento de lo que ella produjo; 


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ASESINATO DEL SEÑOR VARELA* ' 


63 


” drfl; confiriendo la administración de aquel á los tres herma- 
* nos del Dr. Varéis.” Así se resolvió en la sesión. 

De los 15,077 pesos, 4 reales y ochenta reis, 14,000 debian 
capitalizarse, y el resto, 1,077 pesos 480 reis, ser entregado á 
la viuda para los gastos del viaje y so establecimiento en el 
país estranjero á que se dirijía. 

En las cantidades que se acaban de ver, resaltan dos cosas 
sobre todo. En una población tan pequeña como la de Monte* 
video, y que ha pasado por todos los quebrantos consiguientes á ; 
un sitio de cinco años, reunirse en pocos dias y para un acto de 
beneficencia, la suma de quince mil y tantos ))esos, es un he- 
cho que habla altamente en su favor, como en favor de la me*, 
moría de Varela. Y encontrar que en el orden de nacionali-. 
dades en que hemos puesto las sumas parciales, la que figura , 
en segunda linea es la de los Arjentinos, revela un acto de je- 
nerosidad y de entusiasmo por su desgraciado compatriota, que 
solo pueden valorar los que saben la situación de los emigra* 
dos Arjentinos ! * 

Para poner la última hoja en la corona de este mártir de lal¡- 
bertad, era necesaria la m ano de los pueblos remotos, y no faltó» 

El Brasil, Chile, Inglaterra, la Francia, la Italia, todas tienen 
una voz para levantarse en honor de la víctima y en castigo de 
su asesino. Todas hablan de Rosas ó de Oribe indistintamente, 
pero ninguna abandona el radío de esos dos famosos crimina- 
les del Plata, Todas piden al Cielo la venganza de este aten- 
tado inaudito, cometido contra la civilización en la persona de 
un hombre; todas hacen al Sr. Varela la justicia que merecía; 
y un periódico de Londres, llega á contener en sus columnas el 
mas noble y jeneroso pensamiento. 

El News ofthe World , con fecha 9 de Julio, se expresa 


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A9B3INATO DEL SEÑOR VARELA. 


como vase ¿ leer ; y adviértase que no tenemos noticia de una 
proposición igual, relativa á ningún hombre de la América del 
Sud* 

u Río de la Plata — Asesinato de un Redactor. — Nos 
” hemos visto ó menudo en el penoso deber de llamar la aten* 
” cion de nuestros lectores, hacía el horrible estado de cosas 
” que prevalece en el Rio de la Plata, en consecuencia de la 
99 guerra hecha por el monstruo Rosas, contra la República 
99 Oriental del Uruguay, á cuya capital, Montevideo, hace ya 
99 mas de cinco años que tiene sitiada* El denuedo de los 
99 habitantes de Montevideo les ha infundido aliento para re* 
99 sistir portan dilatado período á las poderosas fuerzas allega- 
9y das én su daño. Sostenido ha sido principalmente el brío 
99 de los habitantes, por la desicion, la conducta y los talentos 
99 del diario establecido en Montevideo ; y nadie que algo co- 
nozca aquella Ciudad, ignora que el jenio y la bizarría, la 
99 intrepidez, la firmeza y conatos de un hombre, D. Florencio 
99 Vareta, inspiraban al periódico, el “ Comercio del Plata 99 
99 del que era Redactor* 

“Frecuentemente habia sido Varela amenazado por Rosas 
99 con la muerte. Pendiente sobre su vida semejante amenaza 
99 sabía muy bien cuan precaria sería su situación, siempre que 
99 no cediera ante los amagos de su enemigo, y comprase el 
99 derecho de vivir, abandonando k sus amigos y le causa de su 
99 independencia con la cual había identificado su honor , su 
99 reputación y su fama. Muchas razones habia para que Va- 
99 reía se mostrara cauto. Era padre de once hijos : su ecsis- 
99 tencia era el único patrimonio de su jóven familia. Sin el 
99 elevado temple de su alma, hubier&lo aterrado el peligro que 
” á él y á los suyos amenazaba. No le hizo caso: ¿cuál fué 
'• el resultado ? Ha sido asesinado sobre el umbral de m casa 


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ASESINATO DEL SEÑOR VARELA. 


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” en las calles de Montevideo, por uno de los sayones, uno 
*’ de los mazhorqueros de Rosas. 

” Tal ha sido el desastroso fin del Redactor de un Diario, 
” que preferia sus principios á su propia vida, y que ha moe* 
” trado, hasta por su muerte, que á un honrado y concienzudo 
99 periodista no se compra con el oro del hombre corrompido, 
79 ni se le arredra con la daga del asesino. 

” A haber ocurrido semejante hecho en Inglaterra, en Fran> 
” cia, ó en España, ó en otra cualquiera parte del Continente 
97 Europeo, ¿ no és cierto que los periodistas todos, juzgarían 
79 de su deber pagar algún tributo de respeto á la memoria del 
79 hombre que, hasta por su muerte, vindicaba la pureza, la in- 
” tegridad y el heroísmo de la profesión á que pertenecía? La 
” verdad es de todos los patees, ¿ y no debe encerrarse á la fama 
77 dentro de los límites del Continente. El hombre honrado, je* 
79 neroso y magnánimo de Sud-Américo, es tan acreedor á 
77 nuestra estimación, como el hombre de bien, virtuoso é intré* 
79 pido de Londres, Birminghsm, París, Viena ó Berlín. 

P° r qué, preguntárnoslo en nombre de la prensa, de que 
” somos humildes miembros, no se ha de buscar un medio de 
” psgar un tributo de respeto á la memoria de Varela ? ¿Por 
79 qué no se ha de alzar un monumento á su memoria, cuyos 
77 contribuyentes sean los Redactores de periódicos de Ingla- 
terra, Irlanda y Escocia? La prensa mas libre del mundo 
” propendería asi á perpetuar las virtudes de Varéis. No que- 
” remos un monumento costoso; deseamos tan solo ver un ino- 
79 desto tributo conmemorativo á la memoria de Varela. Pro- 
79 pondríamos, pues, que cada Redactor del Reino Unido, con» 
M tribuyese, é hiciese contribuir con un chelling. Confiamos en 
v que nuestra proposición, será aprobada por todos los Edito» 

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ASESINATO DEL SEÑOR TARELA. 


” res de periódicos, y, siendo asílen que la reproducirán ert 
” sus columnas, haciendo portal manera llegar & todas losám- 
” hilos de los dominios británicos, la fama de h valentía, la v¡n 
*' tud, y el triste fin del noble y jeneroso Redactor Florencio 
” Várela.” 

Que-contraste ¡ Dios mió I Mientras que aquí asesinan á los 
homhres que 09an hablar en nombre de la libertad y de fa' ci- 
vilización, á dos mií leguas de distancia proponen monumen- 
t os á su memoria ! ¡ Que lección para los que prensan que á la 
mitad del siglo XIX, se pueden insultar impunemente los de- 
rechos de los hombres y los principios de la sociabilidad cris- 
tiana ! ¡ Que vindicación tan elocuente de nuestra causa I ¡Que 
premio ta n honroso y tan justo para los que figuran en el mar«* 
tirolojio de la libertad de estos países: ser saludados por la ci- 
vilización Europea, cuando el cuchillo de los bárbaros bere las 
entrañas de nuestra causa ! 

Ella ha comprado muy caro esos homenajes; pero su defen- 
sor jeneroso sonríe en el Cielo, al contemplar que por su des- 
gracia en la tierra, los laureles que se ofrecen á su memoria, 
coronan la causa sagrada á que consagró su existencia ! 

La Providencia Divina acabará la obra que, con e! corazón 
en e)l8, prosiguen en estos infortunados países, á costa de su 
reposo y de su sangre, los que poniendo su mano sobre el cora* 
zon, han percibido en él el sentimiento de lo justo, y compren* 
dido la voluntad de Dios al injertarlo en el alma; los que alum* 
brados por la purísima luz del cristianismo, ven en U prácti- 
, ca de la libertad y la justicia, i \ mas santo homenaje con que á 
la Divinidad se venera, y el dón mas sublime con que á la hu* 
mnnidad se dignifica ! 

La acabará, sí; y en una j< ner ación que recojeró los frutos 


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ASESINATO DEL SEÑOR VARELA* 


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de una rejeneracion social, sazonados con la sangre y las lá* 
grimas de sus padres, los hijos del infortunado Várelo, alivia- 
rán el recuerdo fúnebre de su alms,con la perspectiva risueña 
de aquella patria cuya desgracia le fué tan cara. De aquella 
patria que levantará también monumentos a bu memoria, y ar* 
rojará el nombre de su asesino á la execración de susjenera* 
cion.es futuras. 


» 



FIN. 



\ 


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ERRATA. 


Pájina 11, linca 26, dice extiende, léase extienden. 



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